Des-extinción es una palabra fascinante que se ha puesto de moda en este siglo XXI. Existen en el planeta alrededor de 50.000 especies vivas, de las cuáles, unas 16.000 están en peligro de extinción en mayor o menor grado. Las políticas ecologistas, sobre todo desde los años 1980s, han ido concienciando a todos sobre el valor de los seres vivos y nos cuentan que cada uno tiene un papel en la Naturaleza fundamental para que un cierto equilibrio mantenga al planeta sano. Un simple hierbajo, un insecto o algún mamífero herbívoro que desaparece, puede ocasionar un daño al entorno irreparable.

Existen numerosas iniciativas para salvar a estos animales en peligro de extinción y sus entornos. De las primeras fueron las ballenas que, a través de fundaciones como ADENA, se logró parar su extinción llevada a cabo por balleneros japoneses principalmente. El emblema más utilizado en esa época fue el oso panda y la protección internacional comenzó a principios de dichos años 1980s, encabezada por la ONU, a través de organismos como la UNESCO. Desde entonces, numerosos animales y entornos naturales se han ido protegiendo con mayor o menor fortuna.

Pero el Ecologismo no se conforma con proteger a especies en peligro de extinción. En este siglo, y gracias a técnicas de clonación y la biogenética en general, se pretende recuperar esas especies que se considera que el ser humano ha extinguido. A este proceso se le ha llamado des-extinción, y organizaciones como Paleolítico Vivo trabajan para conseguirlo.

Si el ser humano hace milenios que se convirtió en dios, extinguiendo especies a su libre albedrío, resulta que ahora es doblemente dios, pues protege a las que se nos antoja y hasta resucitamos algunas de las que desaparecieron, en un ensayo «peligroso», a capricho, ya que no conocemos las consecuencias de esta vulneración de la Naturaleza con exactitud.

La extinción de las especies no resulta producida por la mano del hombre. Antes de su llegada se extinguieron decenas de miles de especies, y cuando nosotros sucumbamos, seguirán extinguiéndose más especies. Es la ley de la Naturaleza, la que rige el Planeta Tierra, y siempre ocurrirá. El que científicos de todo el mundo, caprichosamente, protejan unas especies en detrimento de otras, introduzcan especies en espacios extraños, y resuciten otras que desaparecieron en el Pleistoceno o incluso de la era de los dinosaurios, creo que merece un debate ético más serio y una consulta planetaria como es debido.

No me agradaría nada saber que se han soltado dientes de sable o lobos gigantes en un parque cercano a mi barrio, aunque una verja los separe. Ya llevamos bastantes películas de Parque Jurásico como para hacernos dudar de la sensatez científica. Ya llevamos bastante tiempo soportando errores científicos y políticos como para confiar ahora en todas estas movidas que se están comenzando. La introducción de una sola especie en un entorno, como está demostrado, «revoluciona» su medio ambiente, atrayendo otras o despertando las latentes, en un desarrollo que los científicos no pueden calcular, hasta comprobar los resultados a posteriori, quizás medio siglo o más tiempo después, cuando puede ser tarde conocer si fue positiva o negativa dicha introducción o resucitación. Se debe calcular lo positivo, pero también lo negativo de esta iniciativa.

De modo que, para que no surjan sorpresas inesperadas, los científicos están acotando los espacios donde se introducen las especies «nuevas», de manera que lo que realmente estamos viviendo es la creación de grandes parques naturales que llaman reservas, es decir, zoológicos más grandes. No viven realmente en libertad todas estas especies, sino que habitan inmensos laboratorios, donde son controladas y manipuladas todas las especies naturales que vivan. Como está ocurriendo con los elefantes africanos protegidos, el turista podrá cazar y comprar cualquier especie que el científico de turno considere «controlable». De modo que al furtivo se le fusila por asesinar a un animal, pero podrás cazar, previo pago a los científicos, cuando éstos lo determinen. Si todo lo contado hasta ahora no es jugar a ser dios, no se me ocurre nada peor.

El cambio climático lleva exterminando especies desde hace millones de años. En los últimos tiempos, al menos dos especies de humanos no se pudieron adaptar a los cambios, el danisovo y el neandertal, más otras especies que eran muy similares a nosotros, pero las corrientes ecologistas nos han inculcado la responsabilidad del cambio climático actual, cuando nuestra contribución no es tan significativa. El volcán que reventó en Islandia y el actual en Canarias, tan sólo estos dos, han intoxicado más el planeta que el ser humano en medio siglo. Nos cuentan los contras, pero nunca los pros, y es que el planeta cuenta con unos mecanismos propios para equilibrarse, aunque la  cronología sea distinta a la vital del ser humano. Por ejemplo, bacterias subacuáticas se comen los vertidos de petróleo en crudo vertidos accidentalmente en el mar, o la capacidad autoregeneradora de la atmósfera para tapar los agujeros en la capa de Ozono. Sufrimos de un egocentrismo exasperante. Lo que tocamos lo corrompemos. Aunque las ONGs medioambientales surjan de bellas iniciativas, todo termina siendo un simple negocio. Así somos de tristes.

En fin, hay que plantearse si merece la pena rescatar especies, como el oso panda, comedor exclusivo de bambú, inadaptado, o mantenerlo en grandes zoológicos controlados a diario por un ejército de «esclavos» que los cuidan y alimentan, para venderlos a un millón de dólares a cualquier turista que se lo pueda permitir. O dejar de ser dios y que la Naturaleza siga su curso: sin escrúpulos, castigando una y otra vez a las especies que no se adapten a sus leyes. Creo que es una cuestión que merece un debate completo en las altas instituciones planetarias, y no dejar que cada científico y cada gobierno jueguen a ser dios para “rescatar y proteger», recluyendo en espacios naturales-laboratorios, las especies que se les antojen.

Pero este espíritu crítico que transmito contra los ecologistas, significo que ninguna ley proteccionista debe estar exenta de debate. Abraham Lincoln pasó por ser abolicionista de la Esclavitud, principalmente, cuando permitió que se diseñaran y abrieran los primeros campos de concentración para seres humanos de la Historia: la Reserva India. Así es el ser humano: somos dioses, que por un lado damos y por otro quitamos. Nos solemos quedar con la idea que interesa políticamente, como en el caso de Lincoln.

La iniciativa de Paleolítico Vivo se plantea de manera fascinante y, como amante de la Naturaleza, me parece una idea que complementa perfectamente el espíritu renovador para nuestro planeta. Pero se plantea como un “negocio” para sobrevivir en este mundo condicionado, sin remedio para estos nuestros días que vivimos, el que sea una verdadera puesta en libertad de los animales. Mientras las urbes crecen, los bosques y junglas retroceden, bien está que se intente dar freno al asfalto. Pero se debe incluir en el debate toda la información. Si el ser humano estuviese hoy en día preparado para convivir con la Naturaleza, este tipo de iniciativas serían ideales. Pero resulta que a más de la mitad de los seres humanos, les sueltas en el campo y no sobreviven dos días. Nos hemos convertido en urbanitas, y muchos jóvenes creen que “mola” acariciar a un león africano, aunque en realidad, te mata de un zarpazo y te come a las primeras de cambio.

Por último, conseguir resucitar especies extinguidas, como el mamut y otras que nos resultan exóticas para nuestra imaginería, creo que debe ser estudiado con más detenimiento y no dejar que sea una decisión de particulares ni de un político en concreto. Se deben exponer los pros y los contras de manera clara y científica, para abrir el debate ético oportuno en las máximas instancias con las autoridades planetarias. Sino, en poco tiempo, los Elon Musk y Will Gates de turno, ya los veo poblando sus inmensas fincas de dinosaurios y neandertales. Claro, para seguir la proporción natural, se deben crear depredadores para todas esas especies herbívoras renacidas.

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