El yacimiento arqueológico de la Motilla del Azuer es uno de esos conjuntos arquitectónicos atemporales que en muy contadas ocasiones tienen su comparación en el mundo. Cuando alguien lo ve en los dibujos y fotografías sin saber su datación, lo más normal es que lo relacione con la Edad Media, aunque fuera del contexto románico e islámico, detalle que desconcierta porque, por un lado parece una construcción moderna por su sofisticación en el diseño, y por otro nos sugiere una gran antigüedad, por estar elaborado en bloques de roca muy desgastados por el paso de numerosos siglos. Desconcertante.

Ya el diseño de la construcción de la Motilla del Azuer nos sugiere una organización insólita para la Edad del Bronce. Se suponía que en la Península Ibérica y en la Europa Occidental por extensión, no existían culturas tan adelantadas ni capaces de elaborar algo que nos pueda hacer pensar en una “civilización”, comparable a las orientales de misma época, pero hace cuatro mil años los pobladores de Daimiel llegaron a un nivel tecnológico y de organización comparable a los constructores de las pirámides de Egipto y a los zigurats mesopotámicos. En Andalucía trabaja una experta en antigüedades que incluso sostiene la teoría de que la escritura puede haberse iniciado en las culturas pretartésicas anterior a la escritura oriental, que todavía se encontraba en la fase cuneiforme, por consiguiente, imposible de transmitirnos pues todavía no conocían la escritura «lineal».

Existen 32 yacimientos similares peor conservados o poco excavados por la meseta y 8 de ellos en la zona de Daimiel, dato que nos cuenta que la singularidad de este yacimiento no era único en la época. Seguramente en la vasta meseta de las dos Castillas y la Mancha esté por descubrir el yacimiento o yacimientos “precursores” de esta maravilla arquitectónica, la mejor conservada y visitable, la del Azuer.  Tuvo una vida útil (estuvo habitada) entre el 2200 hasta el 1300 a. de C., lo que plantea a los científicos un porqué hasta ahora sólo determinado por hipótesis. También en la misma época se han registrado yacimientos en las alturas de los montes, lugares más elegidos hasta la llegada de los romanos, así que no es de extrañar que se piense en que los constantes estadios de guerras entre vecinos propiciase el recogimiento en lugares más altos y defendibles que en terrenos llanos. La Pax Romana incentivó la proliferación de nuevas ciudades en las llanuras y son el embrión de casi todas las ciudades de la actualidad.

La arquitectura en espiral de la Motilla del Azuer transmite un claro sentido al observar en su centro un pozo de agua, el más antiguo conservado de la Península y de los más antiguos del mundo todavía en activo. Su diseño circular pudo sugerir a los primitivos moradores la construcción de muros concéntricos para su protección, muros que se ampliaron con habitaciones y almacenes para el grano, siempre respetando dicha forma circular, hasta configurar una ciudad con todos sus elementos representados y varios muros defensivos con más grosor y altura, capaces de aislar a los habitantes de los peligros de la fauna (osos, lobos, toros salvajes, quizás los últimos grandes felinos e hienas) y lo que era más importante, proporcionar defensa contra el peligro mayor, que no era otro que cualquier clan rival de seres humanos. Los usos y utilidades de esta “ciudad concentrada” estaba tan completo, que enterraban a sus difuntos en su interior y en fosas construidas explícitamente. Las rocas debían ser grandes, sólidas y sin fisuras en su talla para que encajaran unas con otras sin argamasa. Dicho trabajo debió realizarse por un equipo amplio de especialistas, con un diseño previo y sin improvisar más que lo justo. Toda una proeza para los rústicos pobladores de hace 4200 años.

En el verano de 1974 se comenzaron unas excavaciones a 10 kms del casco urbano de Daimiel, en la Provincia de Ciudad Real. Se trataba de un túmulo de tierra en medio de una vasta llanura repleta de cultivos, pertenecientes a la rivera del río Azuer. Inmediatamente se percataron de que aquellos pobladores manchegos buscaron precisamente eso: controlar el agua, las aguas subterráneas en este caso, un bien precioso en todas las épocas de la Humanidad. Dicho túmulo tenía seis metros de altura, pero la estructura encerrada pudo tener en su día hasta 16 metros y unas murallas de hasta 8 metros de altura, pues gran parte se encontraba enterrada bajo el nivel actual de la llanura. En el año 2008 los arqueólogos Trinidad Nájera y Fernando Molina finalizaron las excavaciones y recuperación de las zonas más importantes del yacimiento.

Gracias a la labor de los numerosos arqueólogos que han intervenido durante más de tres décadas, en el año 2013 sería declarado como Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Castilla-La Mancha, acondicionándose un fantástico museo que ahora se puede visitar, y conocer el modo de vida de las poblaciones de la Edad del Bronce de la zona: los objetos cotidianos que usaban y los restos humanos exhumados, además de poder visitar el yacimiento en si casi totalmente reconstruido, una joya del Bronce Europeo que debemos cuidar como parte imprescindible para el conocimiento de nuestro más remoto pasado.

 

 

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