Menos conocida es la Batalla Naval ocurrida en las Islas Azores durante una rebeldía del pretendiente portugués al trono don Antonio de Portugal, más conocido como Prior de Crato, con menos derecho sucesorio que Felipe II a dicho trono portugués. Pero no era cuestión de quién ostentaba derecho, sino que el equilibrio de las fuerzas en Europa se decantaban hacia el lado español, y eso no se podía tolerar por las demás potencias. La pugna por el trono de Portugal daría con la primera batalla en mar abierto de la Historia entre galeones de guerra, la ocurrida entre la Isla Tercera (o Terceira) y la de San Miguel. El desenlace corroboró para España una posición que ingleses y franceses empiezan ahora a reconocer (sus historiadores), posición que la Historia demuestra, fue la de primera potencia mundial por casi tres siglos (1492-1788).
Entre 1572 y 1582 España combatió a lo largo de todo el planeta para asegurar sus dominios y rutas comerciales. El primer escollo importante era dominar el mar Mediterráneo, y con la Batalla de Lepanto (1572), obligó al Imperio Otomano a la retirada paulatina de sus corsos, viendo que un solo galeón español era capaz de bombardear la capital Estambul sin que los otomanos pudiesen contrarrestarlo. Esto ocurría cuando se mandaban «misiones de castigo» en venganza de alguna tropelía marítima que, bajo bandera otomana, se acometía por los dominios españoles y aliados. Hemos de tener en cuenta que la gran flota otomana vencida en Lepanto, se recuperó en tan sólo tres meses, pero su tecnología militar no alcanzaba para hacer frente a los poderosos galeones de guerra españoles, así que cambiaron su estrategia para intentar conservar sus dominios e invadir Europa por tierra.
Ningún país en el mundo combatió hasta finales del siglo XIX en todos los océanos y al mismo tiempo como hizo España, ya que en esa década de los años 1570s sostuvo combates navales en el Mar Mediterráneo y en los océanos Atlántico Norte y Sur, en el Índico y en el Pacífico, venciendo en una heroica guerra, librando numerosas batallas navales contra coaliciones piratas chinas y japonesas en aguas de Las Filipinas, Borneo y Papúa Nueva Guinea, de mayoría musulmana («moros» los llamaban los cronistas españoles de la época). Pero vayamos por partes, resumidas e interesantes.
Se tiene a los galeones de guerra españoles como “lentos, pesados y de poca maniobra”, pero la verdad era que ni las tecnologías orientales, inglesas ni holandesas se atrevían a enfrentarse ni con superioridad numérica a tales colosos del mar. Los tan famosos Navíos de línea ingleses, que se diseñaron durante el siglo XVII para combatirlos, evitaban la confrontación si no navegaban escoltados. Esa es la realidad histórica y que ahora comienzan a confesar las naciones involucradas en los conflictos. El trabajo de “espionaje” del sabio alicantino Jorge Juan en el siglo XVIII, y que mejoró nuestra flota (y la del resto del mundo posteriormente, pues estudiaron sus tratados), lo efectuaron un siglo antes espías ingleses y holandeses en nuestros astilleros, pues estaban a años luz tecnológicamente de los españoles y portugueses. Por eso mejoraron sus flotas.
Cuando Pedro el Grande de Rusia mandó construir la primera flota rusa, a comienzos del siglo XVIII, envió espías a los astilleros de Inglaterra y Holanda, como cuenta un documental de la BBC estrenado hace pocas fechas, pero dicho documental omite un dato importante, ya que Pedro el Grande mandó formarse a sus oficiales y marineros a la Escuela Naval de Cádiz, la mejor del mundo por entonces. Los marinos de la primera armada rusa de la Historia navegaron con manuales españoles, un requisito imprescindible si se quería navegar y combatir con éxito. Pero volvamos al siglo XVI que nos ocupa.
Tras los hechos de Lepanto surgieron en Las Filipinas graves problemas que sólo se podían solucionar con una severa respuesta militar. En 1570 las conquistas españolas se vieron amenazadas por una coalición de rajás musulmanes que quisieron expulsarlos. Martín de Goiti y Juan de Salcedo, españoles nacidos en México, comandando un ejército de 300 soldados, la mayoría indígenas tlaxcaltecas mexicanos, asediaron a las fuerzas conjuntas, compuestas por algunos miles de combatientes concentrados en Tondo. Tras el duro combate, los tres rajás capitularon. Estas acciones significaron la consolidación del dominio, del establecimiento de Manila como plaza fuerte “segura”, y una sucesión de fundaciones españolas por la zona. El abuelo de Juan de Salcedo, Miguel López de Legazpi, fue desde 1565 hasta su muerte en 1572, el primer gobernador y capitán general de Las Filipinas. Pocos meses antes de su muerte fundó el gobierno en Manila, convirtiéndola en Capital de los dominios en Asia y Oceanía en nombre de Felipe II.
Como todas las conquistas, queda para la historia una fecha simbólica que no suele corresponderse con la realidad del momento. Se continuaron los combates, ya que no fueron los nativos filipinos quienes se rebelaron contra los españoles, sino distintas fuerzas extranjeras que pretendían dominar la zona, prometiendo a algunos líderes locales una participación beneficiosa para ellos. Las fuerzas más importantes venían de China y Japón en forma de escuadras de embarcaciones armadas con varios miles de piratas a sueldo o bajo promesa de botín. En 1574 unos 3000 piratas chinos, bajo las órdenes de Lim Ah Hong, consiguieron vencer las defensas españolas, tomando las ciudades de Santiago y Manila. El propio Martín de Goiti cayó en los combates, junto a la mayoría de españoles. Juan de Salcedo llevó refuerzos desde Vigan y Cebú, hecho que obligó a la retirada de dichas ciudades de las fuerzas enemigas, refugiándose en Pangasinan.
El pirata Lim Ah Hong comandaba una flota de 62 embarcaciones con efectivos taiwaneses, según las crónicas. Entre las embarcaciones y guerreros se contaban también piratas y guerreros japoneses. Ambos países de Oriente comerciaban ya oficialmente con Manila de manera constante y beneficiosa, de modo que no queda claro si los piratas actuaron “libremente” o seguían directrices más elevadas, pues resulta “sospechoso” que los guerreros samurais se involucraran con gente de mala ralea y combatir en el mar, algo muy poco frecuente. En las embarcaciones esperaban 1500 colonos para asentarse, confesando que la armada china intentó interceptarlos, pero es un argumento que no convence demasiado.
Está claro que los gobiernos de ambas potencias no querían declarar una guerra a los occidentales, todavía más, observando las consecuencias del intento de invasión fallido de los rajás. Quizás por ello, ordenaron a la armada china el ataque contra los restos del contingente de Lim Ah Hong, que huyó por fin en una sola embarcación hacia Siam. Meses después del acontecimiento bélico, ya en 1575, una embajada española sería recibida por las autoridades chinas, y daría comienzo una relación comercial y política entre ambos países. Y otro dato anecdótico, los soldados españoles serían los primeros occidentales en batirse con los famosos samurais, que en ventaja de cinco a uno a su favor, serían derrotados por los veteranos tercios de manera abrumadora.
Los grandes galeones de guerra españoles, que en número de tres, componían el famoso “galeón de Manila” comenzaron su ruta regular comercial precisamente en dicho año de 1574 (servicio aprox. bianual clausurado en 1815), por una ruta descubierta por Legazpi en 1565, entre Cebú y México, con una primera escala americana en California. Los encuentros entre galeones y juncos fueron frecuentes, y la superioridad de fuego era tan grande, que los juncos rara vez se planteaban combatir siquiera. Usaban sus recursos para la huida. Solamente los juncos más grandes y poderosos planteaban batalla, siempre con la intención de abordar y apoderarse de la nave enemiga, pero no he encontrado ninguna fuente donde diga que se haya perdido un galeón en combate abierto contra este tipo de naves. De hecho, en 300 años solamente constan tres apresamientos de convoyes españoles a manos de los ingleses, registrados en los Archivos de Indias, un dato que habla del mérito de la Marina Española. En cambio, están registrados decenas de apresamientos de todo tipo de naves por parte de los españoles a ingleses, holandeses y franceses principalmente. Solamente Blas de Lezo (siglo XVIII) apresaría numerosos convoyes completos ingleses y sin necesidad de patrullar con galeones. Para Filipinas en esa época, eran pocos los galeones disponibles, y se reservaban para comerciar, así que fueron las cañoneras (de 10 cañones por banda) y otras embarcaciones menores, como las pataches, también en poco número, las que intentaron con mayor o menor fortuna defender posiciones costeras españolas.
A pesar de los pocos efectivos militares españoles en los mares de China y Filipinas, se consiguió consolidar los dominios. Y la razón por la que se enviaban pocos efectivos era porque en Europa y el Atlántico se necesitaba el mayor número posible de naves y soldados. La tensión política entre las potencias europeas era cada vez mayor y a mediados de los 1570s las hostilidades se iban abriendo sin pausa. El punto álgido surgió en 1580, como digo al principio del post, cuando el rey portugués Enrique I muere sin sucesión y se corona al siguiente en la línea sucesoria, que no era otro que Felipe II. Entonces el francés reunió una imponente flota para defender las pretensiones del Prior de Crato, que se había refugiado en rebeldía en la isla Tercera, en las Azores.
Felipe II mandó invadir las islas con ayuda de la Flota de Indias y refuerzos de Tierra Firme, así que 43 naves de guerra llegaron a San Miguel, que ya había sido tomada por Pedro Valdés en junio de 1581, pero se negaron a ocupar la isla Tercera por distintos motivos (por desconfianza en los informes principalmente), decidieron seguir su ruta hasta Lisboa. Así que en enero de 1582 Felipe II ordena una expedición para la toma definitiva del archipiélago. Puso al frente a don Álvaro Bazán, uno de los más grandes almirantes de la Historia. Pidió una flota de al menos 60 naos y un ejército de 11.000 soldados (compuesto principalmente de portugueses).
En mayo de 1582 una escuadra francesa de nueve naos atacó San Miguel, pero los buques españoles rechazaron el intento (2 galeones, 4 naos y 3 carabelas). Esta noticia y la inminente expedición española a las islas, precipita lo planeado en Francia a una sola acción: mandar todo lo posible para intentar dificultar la invasión. De los puertos franceses parten 57 naves, a las que se une una pequeña flota inglesa para configurar un total de 64 naos de guerra a las órdenes del almirante Strozzi. Al llegar a las Azores en 16 junio, se confunden de isla y atracan en la misma rada de la isla de San Miguel. No les dio tiempo de asediar el fuerte porque la Armada española ya estaba de camino. Bueno, el tiempo en aquella época no se medía por minutos ni horas, más bien por semanas y meses, y Felipe II mandó arriar velas a la flota reunida en Lisboa, lejos de aquella demanda de 60 naves, pues de su puerto zarparon tras el buque insignia San Martín comandado por Álvaro Bazán, 27 naos y urcas, más 5 pataches. El flamante San Martín era uno de los mayores de su época, con más de 1000 t de desplazamiento y 48 cañones de gran calibre. Bazán lo “estrenó” en las Azores, ya que fue botado en 1579.
De manera que en mar abierto iban a enfrentarse más del doble de naves francesas que de españolas. Es decir, 60 contra 25. A falta de viento, las dos flotas se encararon a unas tres millas de distancia, con el barlovento a favor de los franceses. Las siguientes 48 horas se sucedieron con maniobras de acercamiento y retirada por encontrar el mejor momento para las hostilidades y precisamente, para tener dicho barlovento a favor. Álvaro Bazán mantuvo un bloque compacto y difícil de atacar en toda la batalla, para una armada francesa que intentaba rodear y buscar los puntos vulnerables, sin prisas, pues se sabían superiores en número. El 26 de Julio se repetía la escena de las dos escuadras encaradas a tres millas una de la otra, y parecía que tampoco habría combate, pero el galeón San Mateo, comandado por Lope de Figueroa, se separó del grupo y se dirigió directamente hacia las naves almiranta y capitana francesas, las cuales se apresuraron por aislar y tomarlo. Junto a las dos naves principales navegaron también tres galeones de gran tamaño. Figueroa esperó su momento para sorprender al enemigo, no disparando enseguida para que se confiaran. No está claro si fue un señuelo premeditado o un gesto heroico y espontáneo de Figueroa, pero la maniobra valió una victoria más que impresionante.
Bazán observaba la maniobra de Figueroa y pronto tomó la decisión de cubrir y ordenar el ataque español. Mientras el resto de buques intentaba ayudar, Figueroa ya tenía a la almiranta dispuesta para el abordaje, momento en que disparó todo su potencial artillero y los francotiradores acribillaban a los franceses. El propio Strozzi caería fulminado en dicho momento. La capitana pegada a proa y la almiranta a popa, ambas naves quedaron muy tocadas por el fuego del San Mateo. Mientras tanto, los buques españoles hundían 2 galeones, apresaban otros 4 y destruían a fuego otros 4.
La nao Juana llega primero al duro combate del San Mateo y aborda a la nave capitana francesa y Villaviciosa toma la almiranta. Las naves francesas que llegan al sitio se amarran unas a otras y se entabla un fiero combate a tiros y cuerpo a cuerpo contra los soldados portugueses y españoles. La nave de Miguel de Oquendo llega pasada de velocidad y embiste con brutalidad el amarre del San Mateo con la nave almiranta francesa, a la que sigue cañoneando a su paso. Este ardid rompe la amarra y hunde un costado de la principal nave francesa. También llega al fin el grandioso San Martín y Bazán ordena el asalto de la nave capitana, con un almirante Stronzzi ya herido de muerte. Tras otra hora de combate se rindió. Los franceses e ingleses con las naves más alejadas, viendo la pérdida de sus capitanes, decidieron retirarse. Este hecho precipitó una rendición total de las naves que estaban combatiendo en amarras (pasarelas para el combate marítimo). Los franceses perdieron 10 naves y casi 2000 hombres. Los españoles lamentaron la pérdida de unos 224 hombres, así como 550 heridos y todas las naves a flote en un grado menor o mayor de averías, pero ninguna perdida.
Esta sería la primera batalla naval entre galeones de guerra de la Historia. También se sucedería posteriormente el primer desembarco militar de la Historia en Ponta Delgada. Al no estar en guerra oficialmente Francia con España, se juzgó a los prisioneros, gran parte nobles y grandes militares franceses del momento, como viles piratas, y en un número aproximado de varios centenares serían ejecutados, excepto a los marineros y soldados menores de 18 años. El Prior de Crato huyó en las mismas naves que escaparon de la batalla. Tras una estancia en París a costa de las joyas de la corona que robó, pasó a Londres hasta que terminó de dilapidar su riqueza, que fue en pocos años, hasta que murió en 1595 en París, donde vivió durante sus últimos años a costa de una pequeña pensión otorgada por Enrique IV de Francia.
Seis años después de esta batalla, Felipe II ordenó la invasión de Inglaterra, reuniendo la famosa Armada Invencible, que no tuvo éxito, pero que la tradición anglosajona sitúa como “declive del Imperio Español», algo que queda muy lejos de la realidad. Económicamente y en los mares, no tuvieron rival hasta mediados del siglo XIX. Bien es cierto que desde 1680 las batallas terrestres ya no fueron tan superiores, pues los rivales también “juegan” a la guerra estratégica y tecnológica, pero en general, el Imperio Español se mantuvo como referente cultural, militar y económico durante más de tres siglos en el mundo. Un dato a tener en cuenta es que los Estados Unidos de América admitía como moneda de circulación el dólar, reconvertido del real de a ocho español, primera divisa mundial hasta 1856 al menos, aceptada también en toda Asia. Los casinos de Macao todavía usaban monedas españolas de plata y oro a finales del siglo XX como pago, cuando no circulaban en España desde hacía décadas.
La cultura anglosajona sigue ninguneando su importancia y peso histórico, pero la Historia es una sola, y al final tendrán que aceptarlo: la Armada Española tuvo y tiene peso histórico de primer orden en el mundo. Los mismos buques de guerra que bombardearon Shanghai y Hong Kong durante el siglo XIX, en las guerras del opio, fueron acorazados poderosos construidos en astilleros españoles. En la Guerra de Cuba los Estados Unidos intervinieron tras cinco años de sangría española, y conocedores de que los buques españoles superiores a los suyos, se encontraban retenidos por los egipcios e ingleses en el Canal de Suez, solamente tuvieron que aprovechar la oportunidad para atacar a traición en las costas de Santiago. Pero en la Costa Este de dicho inmenso país, todavía apagan las luces de noche por temor a un ataque de los buques Pelayo y Carlos V, dotados con cañones fabricados en Trubia, los más potentes del mundo en esa época y un blindaje que superaba los 45 mm de grosor. Ellos solos tenían más potencia de fuego que todos los barcos juntos estadounidenses desplegados en Filipinas (aunque en la época la prensa nos humillara).
La escuadra de “castigo” a los Estados Unidos con seis de los mejores buques de guerra de la época, al final no zarpó. España ya no dominaba el mundo, y éste no permitirá que lo intente de nuevo. Se negó carbón en Suez para abastecer a los buques, y los británicos entorpecieron cualquier maniobra que los españoles idearon para recuperar Cuba. A España la abandonaron a su suerte, la aislaron las demás naciones, incluidas sus antiguas provincias americanas, pero nunca renunció ni renunciará a ser una potencia.
Pero dicho aislamiento no ocurrió durante el Franquismo, una visión histórica parcial e “interesada”, ya que comenzó cuando falleció Carlos III, el personaje más importante de su época, árbitro del mundo y determinante para la Independencia de los Estados Unidos, paradójicamente la principal nación enemiga de España desde entonces, a la altura de los británicos, desde su mismo nacimiento. A la vista está su comportamiento con España nada más independizarse, “escondiendo” su participación y ocultando a los aliados de los “Padres de la Nación” (como el multimillonario alicantino Juan de Miralles, gran amigo de George Washington, o el almirante malagueño Bernardo de Gálvez) arrebatando todo el imperio forjado en Norteamérica. Desde entonces, no se me ocurre ningún gesto político ni humanitario de esta nación con los españoles, más bien al contrario, socavando siempre la reputación y menospreciando la contribución española al mundo, fomentando la continuidad de su Leyenda Negra. Pero reitero lo dicho: la Historia solamente fue una, los hechos no se pueden cambiar, y los historiadores modernos tienen la obligación de contar la verdad, así que tarde o temprano, los anglosajones, holandeses y franceses confesarán que pasaron tres siglos admirando y codiciando «lo español» en todos los sentidos.