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Hace ahora tres años se presentó en Miami un libro escrito por el historiador cubano Salvador Larrúa Guedes, un trabajo biográfico muy interesante sobre otro español olvidado en la Historia de la Fundación de los Estados Unidos de América. En el libro se dibuja perfectamente la época pre-fundacional de las Trece Colonias y cómo se sufrió el duro bloqueo británico para que un alicantino de Petrer, don Juan de Miralles Trayllón, pusiera a la disposición de George Washington toda la logística y recursos de que era posible el Imperio Español del siglo XVIII.
Con el emperador Carlos I se fundó una red de agentes secretos (confidentes) a sueldo establecidos o que viajaban por el “Camino Español”, una ruta que recorría la Europa Occidental hasta los principados germánicos. Dicha ruta fue un constante motivo de disputas y hasta de guerras contra el rey franco, y el saqueo de Roma por las tropas imperiales no fue por otro motivo que una demostración de poder y consolidación de dicho camino para el paso de tropas y suministros hacia Flandes o a cualquier posesión que la monarquía española tuviese en Europa. Felipe II mejoró dicha red de espionaje hasta una sofisticación sin precedentes en el mundo por su extensión. Para ello contó con la inestimable ayuda de la Iglesia que, en la figura de los misioneros, informaban de cualquier acontecimiento importante ocurrido en todo el amplio espectro planetario. Mercaderes, artistas, académicos, prostitutas, nobles, cualquier persona podía esconder una doble vida al servicio de la Corona Española. Un ejemplo de agente secreto fue el pintor Rubens, confidente en una época “caliente” de la inacabable Guerra de Flandes (80 años de combates).
Si España desarrolló la primera red de espionaje a nivel mundial, también surgió el Contraespionaje, una actuación sofisticada que, mediante la propaganda política o religiosa, e intervenciones directas, por ejemplo delatando a los agentes secretos “oficiales”, menoscababan la labor de los espías, conformando un juego interminable de “tira y afloja” en torno a la Información. El primer gran agente secreto “doble” de gran importancia conocido sería don Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial y del vanguardista Pantano de Tibi (presa), ambas construcciones que todavía se conservan, únicas y pioneras en el mundo. No se sabe bien si se enemistó con Felipe II y luego Herrera quiso vengarse, o si ya oficiaba de espía a las órdenes de franceses o holandeses, y por eso el repudio de la Corona, la cuestión es que la conocida “Leyenda Negra” contra lo español, sería determinante con la colaboración de este “renegado” que, al igual que los científicos soviéticos cuando se refugiaban en USA durante la “Guerra Fría”, Herrera puso en manos extranjeras todos sus conocimientos científicos y políticos. Además, queda probado que de puño y letra, ilustró y comentó gran cantidad de grabados satíricos contra lo español: decapitando a holandeses, quemando crucifijos invertidos, golpeando y sacrificando a indios, etc., folletos que a millares inundaron la Europa Occidental, surgiendo la figura del “monstruo asesino español”. Eso ocurría a finales del siglo XVI y comienzos del XVII.
Juan de Miralles Trayllón (1713-1780) era un comerciante que ya conocía sobradamente las rutas internacionales de comercio a principios de la década de 1770. De 1728 hasta 1732 vivió en Francia, entabló relaciones comerciales entre los fabricantes del Antiguo Reino de Valencia y numerosos puertos españoles, europeos y americanos, para trasladarse a Cuba en 1740, estableciéndose en la Habana con un considerable capital de inversión de alrededor de 8.500 pesos, una pequeña fortuna de la época. En 1744 contraería matrimonio con el mejor partido posible: María Josefa Eligio de la Puente, perteneciente a una de las familias más acaudaladas de la Isla.
La aparición del dólar como moneda estadounidense no tuvo que ser debatida en profundidad por el país que nacía, porque desde el siglo XVII ya se tenía como referencia la moneda del real de a 8 españoles, llamados también en distintas épocas “peso fuerte” o “duro”, y en todas las áreas de Norteamérica se le fue llamando “dólara” o “dólar”. Sus subdivisiones eran mucho más fáciles de entender que las inglesas y su equivalente era de 54 peniques esterlinos. Juan de Miralles entregaba él mismo o a través de embarcaciones francesas regulares depósitos monetarios con esta divisa española, tal y como consta en los Archivos de Indias. Se conserva un billete de 4 dólares de 1776, equivalentes a 4 reales de a 8 españoles, ejemplar remitido por Miralles al Gobernador de Cuba, en una carta escrita en Charleston, Carolina del Sur, el 16 de marzo de 1778. En 1775 el Congreso Continental acordó la emisión de 3 millones de reales de a 8 para afrontar la Guerra, llamados paralelamente dólares, en billetes, apareciendo así por primera vez la moneda que luego se convertiría en el patrón mundial para el comercio. Era crucial que los países reconocieran una moneda fiable y no podía ser mejor otra que el patrón mundial de la época. El real de a 8 español circuló con curso legal (sin resellar) en Estados Unidos hasta el año 1857.
Si en un post anterior (clica aquí) recordábamos la figura de Gálvez y su papel definitivo que tuvo militarmente en la Independencia de los Estados Unidos, como la tuvo en los mares el almirante Luis de Córdova, hallamos en Juan de Miralles el trabajo oscuro, peligroso y trascendental del abastecimiento, espionaje, de la infiltración entre el enemigo y el sabotaje, en una red bien programada de contactos y cuyo gran coprotagonista fue un sacerdote misionero, Antonio de Sedella, un agente secreto que nunca fue descubierto y ni siquiera nadie sospecharía nada hasta más de cincuenta años después, cuando se “desclasificaron” los primeros archivos secretos de la Casa Blanca hacia los principios del siglo XIX.
¿Pero qué factor determinaría la elección de Juan de Miralles para encomendarle la Corona misiones tan importantes en aquellos revueltos primeros años de 1770? Era un comerciante cubano que navegaba con pabellón español (en tiempos de guerra con el inglés, enarbolaba la bandera más conveniente) y que vendía productos aquellas últimas tres décadas por todo el Sureste de Norteamérica y el Caribe, también en dirección a Europa mediando “Contrato de Indias”. Juan era otro comerciante más de los muchos compatriotas que navegaban en la zona. Lo fundamental sería su dominio extraordinario del idioma inglés, pues llegó a manejarse casi como un nativo, además del valenciano (siguió exportando mercancías valencianas hacia el Nuevo Mundo) y el francés, de modo que podía manejarse con soltura en todo el ámbito Atlántico. Hasta 1778 no se permitió comerciar con América desde Valencia y Alicante, tampoco desde Barcelona, así que los productos mediterráneos debían pasar (entiéndase pagar) antes por los puertos designados por la Corona, como Sevilla y Cádiz. No se dice nada de si Juan de Miralles dominaba el holandés, pero tampoco me extrañaría mucho que lo chapurreara. Poseía don de lenguas y, al parecer, transmitía confianza casi desde el saludo, de modo que hubo pocos agentes secretos tan audaces. Conseguir engañar a los desconfiados británicos no resultaba nada sencillo, sobre todo en tiempos de guerra.
Los numerosos contactos establecidos por Juan de Miralles en la zona británica le permitieron conocer los lugares no vigilados y, después, cómo sortear los puestos militares para abastecer a las milicias independentistas. En uno de sus numerosos viajes de negocios por el Continente conocería a George Washington, cuya amistad duraría hasta el fin de sus días, literalmente, pues nuestro protagonista fallecería en los brazos de Martha, la esposa del Primer Presidente. Con ambos mantenía una relación de tanta confianza, que era el único con acceso a su vivienda y a cualquier hora del día o de la noche. Curiosamente, George Washington moriría a la misma edad y en el mismo lugar que Juan de Miralles unos años después.
Se sabe que Juan de Miralles abasteció de armas y suministros al primer ejército estadounidense. Los primeros uniformes se confeccionaron en Alcoy (Alicante), muy similares a todos los de la época y no todos de mismo diseño, pues llegaban remesas compuestas por simples pantalones, camisas y gorras monocromas grises (uniformes oficiales del ejército sureño en adelante), o uniformes más completos, con guerreras y casacas azules o verdes, gorras y tricornios azules, pantalón caqui y camisa blanca, principalmente para el invierno. La combinación de las distintas prendas terminó por confeccionar el diseño final y típico estadounidense, dependiendo del arma del batallón que, repito, era similar al del ejército francés y español. Es más que probable que las botas tuviesen origen en la misma localidad de procedencia de Juan de Miralles, pues en dicha época despuntaba ya un importante artesanado del Calzado en las áreas de Elda-Petrer y Elche (Alicante) Pero hay constancia de remesas enviadas desde fábricas de calzado andaluzas, así como las armas, que se fabricaron en distintos puntos de la geografía española, sobre todo gran cantidad de cañones.
Juan de Miralles entregó también a George Washington, y por distintas vías, regulares cantidades dinerarias. Una de ellas, de “urgencia”, pues se habían quedado sin fondos, lo que equivaldrá a 300 millones de dólares de hoy en día, proveniente de los comerciantes principalmente asentados en Cuba, unos comerciantes que nunca recibieron compensación, y que, paradójicamente, sufren un bloqueo comercial desde hace más de cinco décadas por este mismo país que ayudaron. Pero como ya he comentado en el post dedicado al militar Gálvez, las cantidades que llegaban desde España fueron considerablemente mayores, así como el asesoramiento militar. La primera intervención del ejército estadounidense fuera de sus 13 colonias sería precisamente sobre las Bahamas, bajo la supervisión de Gálvez, que los instruyó en el arte del bombardeo y desembarco, surgiendo así los primeros Marines Americanos.
Juan de Miralles Trayllón falleció el 30 de abril de 1780 a causa de su amigo. Se encontraba en La Habana sufriendo una delicada convalecencia, pero George Washington requirió su presencia con urgencia. En un grave estado de salud, se trasladó a duras penas hasta la casa del Primer Presidente y, en dicha fecha, exhalaba su último aliento, agotado por completo tras tan duro esfuerzo. A Juan de Miralles se le practicó un funeral de Estado en Morristown, New Jersey, la primera ceremonia a un extranjero oficiado con tratamiento militar en los Estados Unidos de América. Ni siquiera estaba reconocido como país independiente en el resto del mundo, independencia que los contemporáneos le debieron en gran medida a este aventurero de Petrer, digno de reposar con los Padres Fundadores. Ese mismo año se contabilizó la ayuda de España a la Independencia en más de 3 millones de reales, 800 cañones y más de 10.000 soldados “voluntarios”, 4.500 de ellos llegados desde la Península.