Haciendo una depuración de mis contactos de Instagram y Twitter (en Facebook no porque tengo centenares de desconocidos como contactos), me di cuenta de que tengo al menos unos 100 conocidos a los que puedo llamar en cualquier momento con la confianza suficiente como para quedar con ellos a tomar un café o salir de cualquier modo, a ver un concierto o un partido, por ejemplo. Son estos a los que todos llamamos “amigos”, de los cuales gran parte son familiares. Luego existe otra cantidad de familiares y conocidos que no les mola este tipo de relaciones a través de las redes sociales. Me sorprendí cuando comprobé que puedo sumar más de 150 conocidos y que saben de mi existencia.

Todos solemos hacernos autocríticas, e intentamos conocernos profundamente. Creo que es el requisito del ser humano y su consciencia. Todos queremos descubrir si somos estúpidos o alguien respetado y, aunque nos queramos convencer de que somos lo que somos, dependemos de la opinión de los demás para estar en lo cierto. Si supiera la opinión que tienen sobre mí estos 100 amigos de Instagram, obtendría el perfil más aproximado sobre mi personalidad, descubrir lo que soy realmente para el mundo. Solón de Atenas, cuando propuso lo de “conócete a ti mismo” daría su brazo por tener una herramienta como Internet y las redes sociales.

Mi vida hace ya varias décadas que está orientada hacia una rutina invariable. Ese espacio de confort que todos nos creamos, y donde desarrollamos toda nuestra actividad, es la que ha ido configurando mi forma de ser. Lo mismo ocurre con todo el mundo. Fuera de esa distancia de confort, nos sorprendemos con reacciones que nos son ajenas. Ese comportamiento debemos sumarlo al nuestro rutinario, así la suma de las partes nos dará un todo. Por ejemplo, cuando estamos con desconocidos e intentamos caer bien, y no estamos en la misma onda, lo más probable es que pasemos por ser un simple “graciosete de turno”. Claro, ¿cómo explicamos que dicha conducta es artificiosa y “temporal”, que no somos así? Es la maldición del artista, pues transmiten la idea falsa de que son en todo momento como cuando manifiestan su arte. Pero no son así, simplemente interpretan en un lapsus corto de tiempo. Realmente son como todos.

Esta dualidad que experimentamos con frecuencia, es la que nos lleva a la disparidad de opiniones, incluso dependiendo de la persona con la que estemos. Podemos fingir crueldad, ser de carácter duro y de pocos escrúpulos con unos, y mostrarnos sensibles y empáticos con otros. Los filósofos en la historia siempre han obviado dicha dualidad, así que nos han transmitido que algunos somos crueles y otros tiernos y pacíficos por caracter, cuando la verdad es que todos llevamos un ángel y un demonio juntos en latencia, de manera que todos somos malos y buenos al mismo tiempo. Capaces de lo mejor y de lo peor. Son los factores que nos rodean los que determinan cuándo aparece nuestra cara más amable o la menos simpática. Podemos levantarnos un día siendo de Derechas y al siguiente de Izquierdas y viceversa. Por eso nunca entendí demasiado el concepto “Democracia”, tal y como nos hacen creer las clases dirigentes e intelectuales. Todo lo medimos como un simple conflicto de intereses realmente. Lo idealizado lo usamos como justificación de nuestros actos.

Entonces coincidimos en que nuestra personalidad la determinan los demás, es decir, según con quién estemos nos comportaremos y seremos valorados. Pero también otro factor nos define: nuestro nivel intelectual y capacidades físicas y mentales, nuestra cultura y gusto por la moda del vestir, como también las musicales y de las artes plásticas y audiovisuales. Toda esa complejidad no se descubre enseguida. En cambio se suele decir que “la primera impresión es la que cuenta”. Hace un siglo solamente ver a un hombre o mujer, se podía clasificar al instante por su aspecto, pero hoy en día es mucho más difícil. Por eso detectar a un imbécil integral o a un loco de psiquiátrico es prácticamente imposible a primera vista. Del mismo modo, separar a ricos y pobres por su apariencia tampoco es posible, exceptuando en las galas y fiestas “fashion”, cuando se exhiben los ricos.

Un ensayo curioso para saber qué piensan los demás de nosotros, cuál es el perfil “oficial” nuestro, sería suplantar en las redes a conocidos, consecutivamente distintos, y preguntarles. Por ejemplo, hacernos pasar por un hermano y preguntar a un primo de manera sutil para que te responda con calificativos. “Es un cara, huele mal, no sabe hacer la o con un canuto”, etc. Llegaríamos a recopilar una lista de calificativos y comportamientos que nos dé un perfil (que es lo que están haciendo con los pluguins de seguimiento e IA de espionaje Google y la telefonía móvil, por ejemplo). Siguiendo el ensayo, buscaríamos lo más común de las respuestas para asegurar un perfil más cercano a lo que piensan los demás de nosotros. Dicha crítica nos podría ayudar, siempre y cuando estuviésemos dispuestos a asumir las opiniones ajenas. Hay que descartar a los políticos porque están entrenados para cultivar exclusivamente sus egos y no tener en cuenta las opiniones. Creo que a cualquiera le gustaría saber si los demás lo toman como jilipollas, pues estoy convencido de que intentaría cambiar radicalmente su comportamiento.

En fin, este escrito lo realizo más bien para recordarme a mí mismo y a los demás, que somos personas y que somos cada uno de nosotros únicos, con nuestras particularidades. Pretender algo distinto es lo que llevamos haciendo desde que somos humanos: adoctrinar y pensar todos como uno solo pensó hace siglos. Cuando una persona opina que tal o cual religión es la acertada, o tal o cual política social es la conveniente, siempre se benefician unos pocos y nunca el todo. Debo recordarles que los tiempos cambian y que las necesidades también cambian a diario, y eso no se refleja en ninguna ley, doctrina política, social ni económica. Las tecnologías, el dinamismo económico y social se deben ver reflejados en nuestras leyes, pero no unas leyes retrógradas y partidarias, pasando siempre por la Consulta y el sentido común, algo que no nos ofrecen los políticos ni dirigentes de la actualidad. Se siguen aplicando políticas para beneficio de una minoría sin consultar a la Ciudadanía.

Sólo queda un último comentario a añadir: mientras existan personas que se dejen adoctrinar, mientras esté anulada la voluntad individual, será imposible conseguir que el ser humano progrese. Mientras todo tenga un precio (el suelo, las ideas por culpa de las patentes y mala política copy right, el aire y la energía, etc); mientras se siga censurando y prohibiendo a capricho y sigamos sometidos a los liderazgos sin sentido, seguiremos viviendo una eterna Edad Media. En fin, mientras seamos como animales seguiremos en este plano absurdo de la realidad. Que me perdonen los animalistas radicales, pero su falsa compasión no es más que una humanidad artificiosa, esa que lleva a pensar que el león tendrá compasión por alguien y que será correspondida su ternura aparente, una ilusión similar a la democracia que nos pintan los políticos y dirigentes. De nada sirve conocerse a si mismo si luego no corregimos los errores.

César Metonio

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