El equipo de www.qvo.es ofrece su más sentido pésame por las víctimas del COVID-19 a las familias, por eso muestra desde el inicio de esta terrible Pandemia un lazo negro en todos sus post.

El ser humano está abocado a seguir su naturaleza. Da lo mismo si el nivel económico, sexo, raza o religión pertenece a una determinada condición, todos buscan su posición de poder y a toda escala social, sea familiar, laboral o política en general. La meta es que los demás trabajen para ti para tu ganar más que nadie sin hacer nada: mandar. Desde hace dos siglos, con los Derechos de Autor, el lema abarca a una buena cantidad de vagos cuya mayor ilusión es que se hunda su yate para adquirir otro. Así que se pasan la vida varias generaciones tomando en el Club y mirando los catálogos de embarcaciones de lujo, pero solo mirando, ya que no se acuerdan de leer.

Podemos leer el diccionario, con sus miles de vocablos, que allí encontraremos lo que somos: un complejo psicosomático de características físicas y abstracciones. Todos somos lo que indica el diccionario desde la A hasta la Z. Somos tontos, hipócritas, listos, fuertes, envidiosos, ignorantes, débiles y ambiciosos. Cualquier palabra del diccionario nos alude aleatoriamente, pero nos obsesionamos por pertenecer a un grupo determinado, a ser diferentes y poderosos, así que pensamos que ciertas palabras del diccionario no encajan en nuestro perfil. Lo confundimos todo porque los significados los entendemos a conveniencia del momento.

Esas miles de combinaciones encontradas en el códice llamado diccionario configuran la personalidad del ser humano. Es como un caldo revuelto en el que nosotros debemos identificar nuestra forma de ser como cadenas de ADN. Algunos se dirán: “soy guapo, alto, seguro de mi mismo, poderoso, sensible, ecuánime”, etc. Pero ese es el ideal que buscamos todos, la combinación de caracteres perfecta, pero el verdadero yo lo configura una combinación de nuestra voluntad y la idea o impresión que los demás tienen de nosotros. Esa es la realidad. Por muy generoso que te supongas ser, puede que los demás tengan la certidumbre de que eres un agarrado. Ahí no hay término medio posible: pasarás a la posteridad como un tacaño total, por mucho que te quieras esforzar en desmentir.

A todos nos llega ese momento de reflexión cuando nos sentimos solos. No importa que hayamos conseguido formar parte de algún sectarismo privilegiado, que estemos rodeados continuamente de otras personas, no importa nuestra condición, porque llegará un momento en que la realidad nos dará directo en la cara como un brutal puñetazo. Llevamos siglos filosofando, siglos fundamentando nuestra conducta, nuestra condición humana, pero una y otra vez tropezamos sobre la misma piedra, como unos estúpidos. Nos dejamos guiar por los muertos, esos personajes que en algún tiempo hicieron soñar a sus semejantes. Nos dejamos también guiar por otros personajes vivos que hablan en nombre de los muertos y de la Ley que transmitieron, escrita o no, nos gobierna desde hace siglos. Seguimos tradiciones absurdas sin caer en la cuenta, y cuando nos damos cuenta, ya es tarde para empezar de nuevo. Aunque lo normal es morir sin enterarse de que todo está diseñado a favor de unas minorías.

Lo que importa es que nadie descubra nuestra debilidad. Importa que los demás crean en nuestro poder, que nos teman o nos amen, hasta que alguien, escondido en la penumbra, hace burla de nuestra personalidad y resalta nuestra tara física con burdas imitaciones. Entonces se terminó el respeto, el amor o el temor, cayendo del trono de cabeza para no levantarla más.

Los cantantes se creen mesías, los políticos reyes, religiosos y jueces son conocedores de la Verdad, los deportistas se creen intelectuales y los intelectuales importantes. La cosa no cambia hasta que se dan cuenta de que todo es efímero, de que somos una mierda, pero no una mierda a lo Kierkegaard, sino simples seres humanos, solitarios y sin dignidad, que defendemos nuestros valores de la vida, hasta que nos vendemos por 1000 euros. Creo que las palabras clave son precisamente esas: dignidad y efímero.

Hagamos cuentas. ¿Cuántos años tienes? ¿Cuántas veces has sido feliz? ¿Durante cuánto tiempo? Las arrugas que tienes te hacen parecer mayor, arrugas surgidas en los disgustos que da la vida. La felicidad es efímera, pero los momentos difíciles también. Con la felicidad perdemos la dignidad y en los momentos difíciles intentamos conservarla. Pero también el poder y la dignidad son efímeros, como un sueño que dura un suspiro, pero matamos y morimos por conservarlos. Resulta efímero comer, defecar y orinar, dormir. Resulta efímero el sexo: unos minutos follando para quedar apaciguados y felices. Alrededor de ese mundo hemos creado todo un ritual de comportamiento que nos condiciona la vida: simplemente unos minutos follando, en el que todo gira en torno a un acto placentero efímero y que consideramos la meta. Nos complicamos la vida por momentos efímeros, somos de lo que no hay.

A los seres humanos nos falta un hervor, tenemos alguna carencia neuronal. Por una parte nos creemos los amos de la creación por el sumo grado de inteligencia alcanzado, pero por otro, seguimos destrozando todo nuestro entorno y a nuestros semejantes. De forma individual, y estadística en mano, tenemos que los que más poder adquisitivo tienen, es decir en los países con mejor nivel de vida, son también donde más suicidios ocurren. Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos, siempre queremos lo inalcanzable. En Europa, por ejemplo, los países nórdicos y Rusia encabezan dichas estadísticas, a pesar de que teóricamente viven mejor. En lo colectivo, seguimos arrastrando durante milenios un absurdo sectarismo a todos los niveles, cuando todos tenemos las mismas necesidades y perseguimos las mimas metas básicas. Seguimos en lo colectivo dejándonos llevar por la charlatanería. El sentido común, curiosamente, nunca fue a favor del colectivo, sino de una minoría privilegiada.

Cualquier palabra del diccionario puede llenar libros con contenidos éticos y filosóficos en general. Pongamos un ejemplo: la palabra asesino o asesinato. Según la RAE, asesinar tiene tres significados. A saber, significa “matar a alguien con alevosía”. También significa “causar viva aflicción o grandes disgustos”, y también “dicho a una persona en quien se confía: engañar en un asunto grave”. En fin, con estas definiciones nos damos cuenta de que, con el tiempo,  el lenguaje ha ido matizando la palabra. En la Edad Media solamente transmitía un acto físico terrorífico, que era privar a otro de la vida de forma violenta. Pero con el paso de los siglos se fueron bifurcando sus usos y significados. Pero no queda la cosa así.

Dependiendo del poder que ejerce una persona, un mismo acto puede tener un sinónimo que le exime. Si un médico mata a un paciente (sea con alevosía o no, eso sólo lo sabe él), no se traduce en asesinato, sino en negligencia. Si yo intento curar a alguien sin licencia con causa de muerte, seré acusado de homicidio, y dependiendo del método, hasta de asesinato. El final para el paciente será el mismo, un final irreversible, pero para las personas que intentaron salvarle será determinante su posición de poder. Cualquier gobierno toma a diario medidas que pueden causar y causan la muerte a miles de personas. Por ejemplo, retirar el subsidio a ciertos enfermos, sin cuyo tratamiento están abocados a la muerte segura. En los medios se hablará de “recortes en las ayudas” o cosas similares, cuando en realidad son asesinatos puros y duros. No hace falta reiterar en lo dicho: la posición de poder, ahora y siempre, permite incluso rebuscar por el diccionario sinónimos que cambian el sentido de los actos. Por eso un preso español nunca admitirá su delito, pues es consciente de que existen otras palabras en el diccionario que pueden suavizar su “pecado”, pero su abogado no las conoce.

A los perdedores de su posicionamiento de poder se les aplican las penas más severas y los calificativos más sinceros. Hitler fue un asesino, pero porque perdió la guerra. Los que se mantienen desde entonces en los distintos gobiernos “ganadores”, aplican a diario medidas que matan personas, juegan con el presente y el futuro de las personas, ejecutan actos deleznables contra la Humanidad, pero se les pone su nombre a las calles y se lee sobre sus vidas en las escuelas como si fuesen héroes. Claro, cualquiera que me lea pensará que ensalzo la figura de Hitler, cuando lo que quiero significar es que Hitler ha habido muchos desde que éste murió. En muchos aspectos la Humanidad ha progresado, sobre todo en lo tecnológico, pero en el sentido común seguimos en ese estadio de cuando éramos cazadores/recolectores, arrasábamos con todo a nuestro paso y, solamente la aparición de algunas mentes lúcidas, que se separaban de la ingente masa ignorante y violenta, lograron que la especie perdurara.

El mundo no lo mueve estos enfermos de poder. La humanidad no se extingue gracias a unos cuantos seres humanos que respetan la vida, a los demás y a sí mismos. Estos pocos seres humanos que nadie conoce hicieron posible el progreso. Contra viento y marea, construyeron hospitales, iglesias, colegios. Trazaron puentes y caminos sin dinero y murieron sin dinero. Vale la pena vivir porque, con toda la mierda que rezuma la humanidad, unos seres anónimos trabajan, ríen y lloran, cuidan de nuestros hijos y abuelos, rezan por nosotros sin pedir nada a cambio. Su voluntad de poder no va más allá de la opinión y respetan la igualdad de derechos sin rencor. Su voluntad de poder estriba en conseguir la felicidad para todos por igual, con la única meta de erradicar la pobreza y el desamparo, protagonistas ambos en todas las clases sociales, razas y credos del Planeta. Tuve la suerte de conocer a una persona así en mi vida, y me gustaría llegar a ser la mitad de ser humano. Todos deberíamos intentar ser la mitad de ser humano que estas personas para que nuestra especie mejorara. Hay que dejar de imitar a los asesinos que tenemos como modelos en los libros de texto escolares.

César Metonio

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