El pasado 11 de Julio del 2023 falleció el gran literato checo Milan Kundera, en mi opinión, uno de los más talentosos de la Edad Contemporánea, hasta el punto de transformar el lenguaje escrito en un “arte matemático”, en una prosa rítmica casi “dopamínida” para la mente del lector.

Por el año 1985 cayó en mis manos “La insoportable levedad del ser”, una obra que determinó mi propio estilo literario, convencido tras su lectura de que intentar una manera similar e “innovadora” de contar las historias resulta prácticamente imposible, que es la forma académica en su máximo exponente, seguida desde hace dos siglos al menos, y que me convencía de que solamente “clona” obras de distintos autores. Con Kundera me percaté de que siguiendo los estándares académicos no consigues más que terminar siendo un “buen novelista”, y que la excelencia sería imitarlo. El verdadero talento aparece cuando se construye una sinfonía perfecta, una colocación adecuada de los dígitos y cifras para que suene al ritmo cadencioso y que nuestro cerebro percibe placenteramente, deleitando con cada frase, y convirtiéndolas en un mundo (concepto) maravilloso, comprendido, independientemente de su temática.

Para más énfasis, inmediatamente después leí “El Perfume”, de Patrick Süskind, un autor en lengua alemana también, pero de una generación anterior (tiene 74 años), con un perfecto lenguaje casi «insultante» por su riquísimo vocabulario empleado, y bella forma narrativa, también con un arte desconocido por aquel entonces. Ambos autores crearon sus obras maestras al mismo tiempo y ambos fueron acusados de “apoyarse” en programas informáticos.

Por aquel entonces también usé un ordenador, y nunca lo relacioné con la Literatura, pero me percaté de que corregir errores gramaticales y de sintaxis, además de disponer instantáneamente de sinónimos para evitar repeticiones, sería una herramienta que “falseaba” una obra, pues debió nacer y trasladarse al papel sin ninguna interferencia, más que el cerebro humano. Ahora, con la Inteligencia Artificial, crear una obra maestra estará al alcance de cualquier aficionado. De modo que me siento muy satisfecho de escribir fuera de los estándares académicos, alejado de las herramientas informáticas y encontrando un estilo propio autodidacta, casi imposible de imitar por su riqueza en “improvisaciones” (y errores) de todo tipo. Sí, bien es cierto que algunos de mis trabajos resultan pobres y “plebeyos”, pero de vez en cuando asoma algún atisbo artístico que me ha convencido a seguir.

Kundera nació en 1929 en la ciudad de Brno, actual República Checa y entonces llamada Checoslovaquia. Nacer entre guerras le supuso la no participación en ninguna de ellas, aunque sufrió los embates de la Segunda Guerra Mundial en su adolescencia. Como muchos genios de la Literatura germana, la lectura de Cervantes, Kafka y Nietche influiría en su estilo narrativo y en la psicología de sus personajes. Comenzó a escribir relatos cortos. Hijo del pianista Ludvik Kundera, siguió los pasos de su padre estudiando también Música, pero se matriculó en la Universidad en la Facultad de Artes Carolina de Praga, para estudiar Cine, Televisión y Artes Escénicas entre 1948 y 1952. Luego se dedicó a la enseñanza en la asignatura de Historia del Cine hasta 1969. Dos años antes se casaría con su esposa hasta el final Vera.

Kundera no era un hombre especialmente comprometido con la Política. De hecho su aparición en la sociedad fue mínima. Su única y última entrevista en España fue en 1985. Se afilió al Partido Comunista, como todos, sobre el año 1946, pero fue expulsado en 1950, precisamente porque tenía amigos de todas las ideologías. Años más tarde, en 1956 fue readmitido, pero se le expulsó definitivamente en 1970 por tener “amistades sospechosas” involucradas en la Primavera de Praga. En su obra se nota claramente lo ajeno que quería vivir de esa insensatez que nos ha deparado a los seres humanos el mundo de la Política, que no es más que el “añadido para complicarnos la existencia”. Pero la sátira al régimen dedicada en su novela «La Broma» le pasaría factura.

Salirse del Partido Comunista en un régimen Comunista le supuso casi el ostracismo social. En 1975 decide abandonar su país y probar de instalarse en Francia. Su primera novela “La broma”, publicada en 1967, fue un éxito y se tradujo a 21 idiomas, así que en Francia le acogieron ya como “maestro” y encontró plaza en la Universidad de Rennes para enseñar Literatura Comparada. En 1980 se trasladó a París, a la EHESS definitivamente, terminando tan “afrancesado”, que en los años 1990s comenzaría a escribir sus obras en francés.

En el año 1979 escribió “El libro de la risa y el olvido”, y en 1984 “La insoportable levedad del ser”, consideradas sus obras más sobresalientes. Pero también escribió Poesía y Ensayo, pasando por el Teatro con una “modesta” obra dedicada a Diderot en 1981. Su última novela “La fiesta de la insignificancia” se publicó en 2014, escrita originalmente en francés. Milan Kundera recibió numerosas distinciones de prestigio desde los años 1970s hasta el fin de sus días, pero no recibió el Nobel, a pesar de que sus obras se han traducido a 40 idiomas. En fin, este galardón, como algunos otros “ostentosos”, hace ya muchas décadas que está politizado, y su criterio se basa totalmente en la arbitrariedad, salvo contadas excepciones. No se le considera «dramaturgo» aunque tocó todos los palos.

Milan Kundera falleció en París de viejo por sus 94 años de edad alcanzados. Pasó penalidades en su Checoslovaquia, cuando se prohibieron sus obras en 1968 y tuvo que dedicarse a tocar el piano en clubes de jazz por su condición de “señalado” por los comunistas. Cuando a un autor que no escribe sobre política ni religión le prohíben sus libros, no le queda otro remedio que abandonar el barco, porque se trata de “bulling” personal. Al menos su país le reconoció su trayectoria literaria otorgándole el Premio Nacional en 2006 y en 2020 el Kafka en Praga, poca cosa para lo que este gran literato ha dado a su país.

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