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Se ha estrenado la nueva serie Vikingos: Valhalla tras un largo periodo de espera (por la Pandemia), con un entusiasmo desmedido para los que disfrutamos de Ragnar, Rollo, Piel de Hierro y compañía. Pero la acogida general no ha sido todo lo positiva que la Producción esperaba. Si vemos las puntuaciones de las distintas votaciones libres de las principales páginas de Cine, vemos que apenas supera el 6 sobre 10, cuando ya a estas alturas, Vikingos, en sus primeros capítulos rozaba el 10 y embelesaba al espectador, surgiendo una moda vikinga en todo el mundo.

Viendo los primeros capítulos entiendo que en IMDB la progresión de los votantes descienda en picado. La emoción del espectador por ver la serie puntuó el primer capítulo superando el 8 sobre 10, pero a medida que avanzan las emisiones de más capítulos en NetFlix, vemos que el público está decepcionado y ahora mismo la puntuación general de la serie está en 6,2 sobre más de 2.3K votantes.

Sé que igualar o superar la serie comenzada el 2013 resulta muy difícil, pero solamente debían seguir la misma fórmula para asegurarse el éxito, algo que no ha ocurrido. Me gustaría analizar un poco por qué no está gustando. También por qué no se puede considerar serie “histórica” y, en definitiva, por qué no pasará de ser una producción utilizada en Canal Historia, pero para recrear algunos momentos concretos, y no como referencia.

En primer lugar se esperaba una “secuela” de la serie Vikingos. Este término significa continuación o resultado de uno o varios acontecimientos históricos. Pero resulta que la serie comienza un siglo o más después de las aventuras míticas de Ragnar y compañía. Es como hacer una serie sobre las tropas napoleónicas ocupando España, y luego otra sobre las tropas francesas entrando en Marruecos en 1922, y llamarla “secuela”. Bien es cierto que algunos personajes descienden de los linajes producidos en tiempos de Rollo y Ivar “Sinhuesos”, pero no podemos llamar estrictamente secuela a esta serie de Vikingos: Valhalla.

Entiendo que históricamente el primer capítulo sucede recorriendo el tiempo en que el Rey Etelredo II extermina a la etnia vikinga en Inglaterra. Pero lo hace porque recuperaba un trono perdido y esta población reconocía como legítimo rey a Canuto II, que lo era también de Dinamarca, Noruega y Suecia. Con el asesinato indiscriminado pretendió afianzarse en un poder que podía convertirlo en rey de toda la isla. Entonces todo esto sucedió según la documentación oficial entre los años 1014 al 1016.

Esos primeros años del siglo XI fueron tan convulsos en toda Europa, que la simple ausencia de un duque (un noble) o un rey podía significar la pérdida del título. Por eso raramente se abandonaban las fortalezas y se delegaba en capitanes de confianza, casi siempre familiares, para las batallas y control del territorio. Pero si la batalla se consideraba determinante (dinástica), el príncipe en persona comandaba el ejército, momento que aprovechaba el familiar de confianza para revindicar su derecho al título (no ocurría siempre, pero se dieron muchos casos).

En este periodo de confusión, con innumerables lagunas para los historiadores, transcurre nuestra aventura vikinga. Para saber qué motiva tanto desagravio entre el espectador, no queda más remedio que comparar las producciones. La primera de Vikingos fue una producción canadiense, y esta que se emite es estadounidense para NetFlix.

Los canadienses se toparon con innumerables lagunas históricas, pero suplieron éstas con un gran derroche de fantasía y buen gusto. A falta de referencias exactas de los atuendos vikingos del siglo IX, combinaron estilos de las culturas indígenas americanas ancestrales. Así vimos que cada personaje lucía un “look” propio y diferenciado, muy estudiado, adornando cada uno su piel con tatuajes, cuando no se sabe si esta práctica era habitual, pero la riqueza de matices enriqueció a su vez cuerpos, vestimentas y rituales, creando una “fantasía vikinga” (dentro de unos parámetros «permisibles») que, con la magnífica interpretación de los actores, resultó una producción sobresaliente.

Los estadounidenses, hasta el momento, han envuelto a sus personajes en pieles, como trogloditas, sin ningún estilo personalizado, les han pegado barbas y melenas y no han mostrado ningún estilo personalizado. Tampoco he visto armaduras ni cascos. Los sitúas mil años atrás, cuando el Imperio Romano, y no cabría objeción. Por este motivo, cuesta mucho reconocer a los actores entre los figurantes, e incluso diferenciar entre los mismos actores, pues todos lucen barbas y ropa similar.

Los contratos estadounidenses del Cine y con el Sindicato de Actores, desde hace ya casi dos décadas, obligan a que aparezca un mínimo del 10 % de actores afroamericanos en todas sus producciones. Que no se respete el valor “histórico” de las obras, está convirtiendo esta categoría en una payasada. Ya lo vimos en la película donde un hombre negro se infiltra en la Alemania Nazi, o la misma reina de Inglaterra que ahora es de raza negra… Me parece muy bien este contrato, y no tengo nada en contra, pero todo tiene un límite, y se busca el rigor histórico en las producciones que recreen la Historia.

Ya lo dijo Clint Easwood: “cuento un hecho verídico y aporto las fotografías del acontecimiento, y no había ningún chico de raza negra ni asiático subiendo la bandera”. Pero sería el último director al que se le permitió esa ausencia (a punto estuvieron de negar su distribución). En fin, que la Condesa de Kattegat sea de raza negra resulta igual de imposible que la misma existencia de la capital portuaria, que no fue más que una localización inventada para dar más importancia a la figura “incierta” de Ragnar Lodbrok. Los vikingos del siglo VIII como del XI conocían a las personas de raza negra como nosotros a los aborígenes australianos, es decir, la misma posibilidad había de encontrar a una mujer de raza negra al mando de un condado vikingo, que encontrar a un aborigen australiano de Presidente del Gobierno. Perdón por extenderme en este tema, pero como amante de la Historia, me fastidia mucho que no se cuiden los detalles, llevando a la confusión a los espectadores. Ya es bastante chocante encontrar personas de raza negra en el mercado de Kattegat, a 8.000 kms del África Negra, y a 7.000 de la ruta árabe de esclavos negros, como para encontrar una mujer africana en puesto tan elevado.

Pasamos a lo artístico. He encontrado numerosos comentarios de los espectadores de habla inglesa donde rechazan un “leguaje postizo”, un acento en varios de los personajes para enfatizar la diferencia entre sajones y normandos (vikingos). En nuestro caso el doblaje no ha sido discriminado, así que hemos fijado más la vista que el oído. El doblaje español tiene mucha calidad, pero no mejora la gestualidad y las escenas, y debo reconocer que no encuentro calidad escénica. Todo ocurre bastante atropelladamente: la escena romántica es bastante distante y sin cortejo, el actor principal es un magnífico espadachín pero no mata a nadie (curioso), y salvo algunas escenas, contadas, de los capítulos que he visto, no se trasmite el dramatismo acostumbrado en una serie sangrienta. Ni siquiera existe dramatismo en las acciones bélicas, pues se suceden los planos diagonales y con la cámara temblando, para dar énfasis, algo que no se consigue en absoluto, más que confusión y malos encuadres. No es una producción nefasta en este sentido, pero se espera más calidad. No he disfrutado en las batallas.

En cuanto a la interpretación de los actores, he visto calidad en general, pero guión-diálogo bastante pobre. Se nota la ignorancia de los asesores históricos que trabajaron en esta serie, y ya nos tienen acostumbrados los estadounidenses a dicha ignorancia, sobre todo cuando analizan la religión, pues se dejan llevar por un sentimiento que desconocen, así que “inventan” o simplemente omiten (éste es el caso). No han sabido lidiar con el contraste entre la religión ancestral vikinga y el Cristianismo, así que inventan una confrontación sangrienta entre ambas, cuando no existen crónicas claras al respecto o muy pocas, imposible de generalizar. Quedó atrás la diferencia entre religiones en el siglo XI, y todo se debatía en torno a los derechos dinásticos y la fuerza bruta. La religión pasó a ser un instrumento más de las maquinaciones políticas.

Los hermanos Erick, Leif que lo interpreta Sam Corlett, y Freyda por Frida Gustavsson, me han parecido actores convincentes, pero aparecen en los momentos oportunos de manera sorpresiva. No existe un “orden espacial” en la serie. Lo mismo ocurre con el actor Leo Suter, que encarna a Harald Sigurdsson, pues es un actor muy presencial y dominador, pero está en todas partes y aparece casi de forma mágica en las escenas que se suponen muy distantes en el espacio. Así que me parece una realización bastante “improvisada” de los hechos. Se cuentan tantas cosas que los personajes no dramatizan, no actúan, no se recrea la realización en primeros planos que trasmitan la fuerza del dramatismo. Así que da la impresión de que vemos un documental de carácter histórico, pero de una historia “poco fiable”. La dirección por parte de Jeb Stuart me ha decepcionado hasta el momento (3 capítulos vistos). Viendo las notas que siguen cayendo en picado, no soy el único. De hecho, veré un par de capítulos más, de los 8 que hay disponibles, por comprobar si consigo engancharme, pero lo dudo. Por ahora la puntúo con un 4 sobre 10.

Dicen que rectificar es de sabios y el 4º capítulo mejora sustancialmente la serie. Bien es cierto que dejar un plan de batalla al éxito puntual de media docena de «zapadores» es bastante rebuscado y fantasioso, además de las continuos e inesperados giros, en plan «juego de tronos», que se van sucediendo con los señores feudales, pero reconozco que despertó mi interés y he terminado esta primera temporada. Dicha mejora notada no quita ningún punto de mi anterior crítica, pero si reconozco que mi valoración debe ser aumentada, igualando mi voto al general del público. Creo que un 6 sobre 10 me parece más acertado, y espero la continuación de la serie con la esperanza de una mejora más amplia para esta producción.

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