La isla de Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana. Se encuentra a poco más de 8 Kms de la localidad de Santa Pola, de su puerto, y a unos 22 kms de la Ciudad de Alicante. Si partimos del Cabo de Santa Pola, se encuentra a tan sólo 2,35 millas náuticas (unos 4 kms). De forma alargada, mide unos 1800 m por 450 m en su zona más ancha. Carece de fauna y flora significativa, sin apenas árboles, la zona silvestre se compone de matorral bajo y hierba, en años con lluvia, pues casi siempre parece más bien un desierto pedregoso y polvoriento.

Tabarca depende administrativamente de la Ciudad de Alicante desde que se tienen registros. En el año 2019 constaban 51 vecinos residentes en su villa amurallada, una villa constituida por viviendas de dos plantas y casi todas del mismo tamaño, así que su aspecto de calles estrechas y encalado de casas, nos retrotrae a los tiempos medievales, aunque se construyó todo en época Moderna. Sus calles apenas alcanzan los cuatro metros de ancho las mayores. Carlos III le otorgó el título de Ciudad, así que se trata de un Patrimonio Nacional por doble partida.

Los geógrafos de la Antigüedad la conocían como “Isla Plana” o “Planaria” por su característica orográfica. En 1770 cambió su toponimia, pues al servir de refugio a los genoveses de la isla tunecina de Tabarka, se fue adoptando paulatinamente ese mismo topónimo. De todas formas, los valencianos la llamamos desde siempre Illa Plana, y al recinto amurallado se le llamó siempre Sant Pau (San Pablo), al menos desde la Edad Media, pues existía una tradición ancestral de que el apóstol desembarcó en la isla en alguno de sus numerosos viajes por el Mediterráneo.

A finales del siglo XVIII, por orden del rey Carlos III se construyó un poblado y fortificaciones considerables en Tabarca. Salvando algún torreón vigía para defender un posible pequeño núcleo pesquero o punto comercial, la isla nunca tuvo interés, salvo para piratas a lo largo de los siglos. Aunque existen vestigios de todas las épocas, no se han encontrado restos de edificaciones anteriores a 1768. Al año siguiente se contaba con 311 habitantes (los refugiados tabarquinos de Túnez). Según los cronistas de la época, en tan sólo dos años, todos ellos hablaban perfecto valenciano y no quedó rastro del ligur con el que se comunicaban al llegar. La Isla Llegó a los 1055 habitantes en 1920, fecha en que comenzó su declive demográfico hasta la actualidad. La isla canaria de La Graciosa y Tabarca, son los únicos territorios de España donde no se registraron contagios de Coronavirus COVID-19.

Antes de que irrumpiera el Turismo, a finales de la década de 1950, el arqueólogo Padre José Belda descubrió que la intervención de Carlos III para la edificación de las estructuras fue aprovechando los cimientos de un monasterio de tiempos de Teodomiro, es decir, descubrió restos de habitabilidad visigótica. Una observación más detenida del Padre Belda también le confirmaba que la muralla se levantó sobre restos visigóticos, de modo que en el siglo VIII al menos, la Illa Plana fue una fortaleza habitada. ¿Pudo ser el último refugio de Teodomiro, el último bastión cristiano cuando los árabes conquistaron la Península? Probablemente Teodomiro falleció sobre el año 743. Una hija suya se casó (quizás todavía en vida Teodomiro) con el yundí árabe Abd al-Yabbar ibn Jattab, pasando así el vasto patrimonio, que abarcaba gran parte de las actuales provincias de Alicante y Murcia, a manos musulmanas. Resulta más que probable que Tabarca se abandonara a mediados del siglo VIII por el mismo fenómeno que en el siglo XX.

De modo que el interés de Tabarca en la actualidad es completamente turístico, algo que no ocurrió en el siglo VIII. Salvando el interés ecológico de sus aguas por los científicos, al ser una Reserva Marina Protegida, la isla en sí sería un bastión abandonado de no ser por el Turismo. Pero un concejal alicantino evitó en 1971 que Tabarca se uniese al boom turístico de la Costa Blanca. Sus palabras fueron literalmente: “no queremos que Tabarca se convierta en otra Ibiza de hipis”. Entonces el alcalde de Alicante era Ramón Malluguiza y el concejal de Turismo, Antonio Alburquerque. Estos señores evitaron que las iniciativas privadas y gubernamentales intervinieran en Tabarca para modernizarla en todos los aspectos, dejando que la erosión campara a sus anchas sobre lienzos de muralla y estructuras históricas. Curiosamente continuó la política de “parcheado” con la entrada de la Democracia hasta nuestros días. Desde entonces, solamente ha habido cinco intervenciones más o menos importantes en los restos históricos. Podemos comprobarlo en la web del MARQ [clica aquí] y vemos que nunca se ha rehabilitado y fortalecido estructuras, ni reconstruido, por ejemplo, el edificio anexo a la Iglesia. Solamente el edificio del Gobernador se ha cuidado con esmero, pero por iniciativa privada al convertirse en hotel.

El faro se construyó a mediados del siglo XIX (1854) y llegó a convertirse en escuela de fareros. En 1943 se abandonó por otros más potentes instalados en la costa de Santa Pola. En 1989 se volvió a poner en funcionamiento rehabilitando todo el edificio e instalando un faro más potente. Parte del edificio alberga el Laboratorio Biológico de la Reserva Marina de Nueva Tabarca. El Cuartel de San José, construido en 1790, es otro edificio que impresiona por su soledad y solidez. Se pretende convertirlo en museo en la actualidad, pero más adelante os comento la “hipocresía española” de estas iniciativas museísticas.

La Visita

Lo escrito hasta ahora es lo que cualquiera de nosotros puede conocer a través de documentos e imágenes sobre Tabarca. Algunos detalles los he conocido a posteriori, porque no esperaba que la isla estuviese tan descuidada como lo está. Creo que no lo merece, por su peso histórico. En fin, como alicantino, desde hace muchos años que tenía pendiente visitarla, pero siempre postergaba el viaje para “el próximo finde”. Un domingo de mediados de Agosto, a más de 30º a la sombra, llegamos tres amigos al puerto de Santa Pola para subirnos a un barco-taxi que navegase a Tabarca.

Si os gusta navegar, os recomiendo la salida desde Alicante. Es más caro (la última vez que lo miré costaba 24 euros el viaje), pero también es cierto que la distancia y duración es mucho mayor. Nos resultaba más corto el viaje desde Santa Pola, alrededor de media hora, y el billete de barco cuesta generalmente 10 euros, dependiendo de la embarcación que elijamos. Los ferris grandes poseen un fondo encristalado para ver el mundo subacuático, una maravilla si viajamos con niños.

 

La media de visitantes a Tabarca está en unos 3000 diarios, pero ese domingo la media se batió con creces y seguro que se sobrepasaron los 6000 turistas. Al flujo continuado de turistas, se debe sumar algunos miles de bañistas de las playas y los miles que paseaban constantemente por la isla. El desembarco fue sobre hormigón, un muelle modesto pero seguro. La primera imagen de la isla que se ve al acercarse, sobresaliendo de la muralla, es la iglesia, que parece una inmensa construcción comparada con el resto. Nos encaminamos hacia el pueblo, pero en el cruce vi un edificio bajo y alargado más moderno a la izquierda, antes de pasar por la puerta de piedra que se encuentra a la derecha. El edificio más moderno es un museo, pero se encontraba cerrado al público. Me resultó muy extraño que se encontrara cerrado cuando no eran más de las 11:30.

 

Muchos restaurantes con terrazas ya atendían a numerosos y acalorados turistas. Nosotros nos encaminamos hacia el pueblo y me encantó comprobar que la estrechez de sus calles y sus plazoletas te sumergían en una atmósfera tranquila y antigua, sin el sonido del tráfico rodado ni los ruidos típicos de las ciudades. El aroma a mar te acompaña allá donde camines y estuve observando el edificio más imponente de todos, un hotel que fue en su día la “casa del gobernador”, un edificio que tiene más de 250 años.

La falta de lugares públicos donde sentarse, salvo en la Plaza Grande, en su perímetro circundado por un muro bajo, y algunos detalles que se iban sumando con rapidez, despertó enseguida mi espíritu crítico. Suelo quedarme siempre con lo positivo, pero no me entra en la cabeza que aquel concejal del año 71 “temiese” que la isla se convirtiera en un “refugio hipi”. Las dimensiones diminutas del poblado no dan para refugio de grandes colectivos ni de nadie.

La iglesia me decepcionó. Hay iglesias del siglo XIII en mejor estado de conservación que esta de San Pablo. La rodeé y sus muros de piedra estaban repletos de parches con ladrillo. En su anexo yace una ruina que no se sabe si se dejó así inacabada o se cayó por algún percance y nunca se reconstruyó. No pudimos acceder al interior porque estaba cerrada. Una señora nos dijo que el cura dio misa de 11:00 a 11:30 y que esa era la hora de apertura. Me quedé bastante sorprendido. No pudimos visitar el museo, ni la casa del gobernador, y ahora la iglesia también cerrada. El “jardín” de la placita de la iglesia no era tal, más bien era un patio pedregoso con dos arbolillos y un montón de escombros y sacos para la obra con un vehículo de carga pequeño allí aparcado, con todas las trazas de llevar allí meses parado.

La muralla parece mucho más antigua de lo que es. Sin duda la erosión del viento es allí muy fuerte, de modo que he podido conocer las numerosas intervenciones a la que se ha sometido en las últimas décadas, sobre todo en las puertas de acceso. En mi opinión, el parcheado parcial “invita” al viento a erosionar las zonas originales, así que siempre se tendrá que parchear, con un gasto mayor que una seria rehabilitación de los lienzos.

Salimos del pueblo porque quería ver las edificaciones que se encontraban en la otra parte de la isla. La mole del cuartel de San José me resultó muy curiosa. Llamada Torre también, su altura no resulta exagerada, pero suficiente para una isla “plana”. Maciza, compacta y en forma trapezoidal, no la identifico con ningún estilo de finales del XVIII más que con el militar, pero incluyendo éste, parece como que le falta alguna estructura que fortalezca su defensa. No pudimos ver el interior porque también estaba cerrado. La caminata hasta el Faro, bajo un sol de más de 32º se hacía muy penosa. Uno de mis amigos se quedó a la sombra de unas ruinas de un chalet abandonado hace pocas décadas. El Faro, de una arquitectura atractiva, también se encontraba cerrado al público. Después de una caminata de más de kilómetro y medio, nos dio algo de rabia, tanto, que se me olvidó visitar el pequeño cementerio que se encuentra detrás del Faro.

Mis acompañantes no estaban por la labor de seguir por aquella zona sin sombras y calor sofocante, así que regresamos para darnos un baño y abrir el apetito. Las primeras edificaciones, antes de llegar de nuevo a la zona del museo y restaurantes, son municipales. Al principio me parecieron dos granjas de aves de corral y otros animales, por la disposición y mal estado de los muros y enrejado metálico. Recuerdo que me dije a mi mismo: “simplemente una mano de pintura y no destacarían por el mal gusto a rústico que transmite”. Cuando vi que eran instalaciones municipales para el mantenimiento, todo me cuadró pues, si todo lo público daba impresión de abandono, ¿Cómo no debía estar abandonada aquella instalación municipal?

En fin, Tabarca es un lugar magnífico para visitar. También se come genial, pero los precios pueden variar mucho de un restaurante a otro. La iniciativa privada y particular es lo que ha mantenido y mantiene la isla en condiciones. Veremos transporte marítimo, hoteles, apartamentos, restaurantes y comercios muy bien cuidados y llevados, pero no así lo público. Al parecer, la política de “no hipis en Tabarca” continúa en vigor, pues no encontré fuentes ni aseos públicos, y que se encuentre todo cerrado un domingo de agosto me pareció alucinante. Sentí vergüenza de ser alicantino por los políticos que nos representan. Ahora quieren abrir la Torre de San José como museo ¿para luego de la inversión mantenerlo cerrado como el resto de edificios públicos?

Tabarca en sí misma es un atractivo turístico todo el año. No necesita grandes cosas, pues su característica como isla ya es suficiente. Pero resulta que la Costa Blanca y la Generalitat Valenciana son conocedores de la importancia del Turismo y lo que genera. No se puede tolerar que se abandone a Tabarca y que solo los propietarios y arrendatarios soporten el peso de las inversiones y de los impuestos, sin que Municipio y Generalitat Valenciana se involucren y colaboren de verdad y no llegar para hacer caja y “ahí os apañéis”. Me dio mucha rabia encontrar todo lo público cerrado, porque comer bien y darse un baño, lo pude hacer sin salir de Alicante.

A una media de 2 euros la entrada al museo y otros 2 al faro (por poner una tarifa popular), son 24.000 euros lo que se pudo recaudar ese domingo que visité Tabarca. La recaudación mensual a ese nivel, daría con un capital extraordinario para el mantenimiento de los lugares históricos y la instalación de estructuras atractivas en las zonas yermas. Además daría empleo público a residentes. Se incentivaría a la población para que permaneciese. Esa “dejadez” de los políticos valencianos y añadiría, “esa falta de respeto de los políticos por nuestro patrimonio histórico”, son la que determina que todo un pueblo evolucione con prosperidad y orgullo por mantenerse o migrar. Esperemos que los 51 vecinos de Tabarca no opten por lo que determinaron sus mayores y permanezcan. Nunca se hace lo suficiente para todos.

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