El pasado 5 de Noviembre del 2022 falleció en Muro de Alcoy, el gran pintor Germán Aracil Boronat, se puede decir que de forma inesperada, a causa de un cáncer de pulmón diagnosticado tan sólo unos meses antes. Acababa de cumplir los 57 años de edad, una edad que para un artista con la trayectoria de Germán, nos priva de contemplar lo que sin duda hubiese sido una vasta y gran obra pictórica, de modo que tendremos que conformarnos con las maravillas que ha legado para la posteridad, que por suerte fueron muchas.
Germán había alcanzado una madurez y clarividencia en la Pintura que lo había ensalzado a la categoría de Gran Maestro, ya desde hace décadas. Su obsesión por la figura humana, retratada con gran agudeza de rasgos en el retrato, y las formas, casi en 3D por su realismo, de sus figurantes, que irrumpen en la brutal luz del Levante y que apenas ensombrecen, le llevaron a esa búsqueda del “retrato perfecto”, casilla que ocuparía sin cambiar a otras áreas visuales ni materiales de la pintura, eligiendo siempre el pastel y el retrato, salvo en contadas ocasiones.
Este modesto blog QVO se ocupó de la figura de Germán en dos ocasiones. La primera sería en Abril del 2018 (clica si quieres leerlo de nuevo) y una segunda vez en Mayo del 2020, en plena pandemia de COVID19 (Clica si quieres leerlo de nuevo). En ambos post se hace un pequeño recorrido artístico y profesional de Germán, así como se muestran algunas obras. Por eso voy a hacer un pequeño apunte a su aspecto más humano, a ese que nunca se cuenta de los artistas, principalmente porque los biógrafos no se ocupan, ya que tuve la suerte de crecer junto a él, casi viéndonos a diario, desde que teníamos los dos 8 años hasta que los estudios superiores nos separaron, más de una década después.
La cara humana de Germán, conocida desde lo más tierno de su infancia, configura el cuadro completo de su vida. Es en esos primeros tiempos cuando una persona adquiere sus rasgos que determinan su sociabilidad, su empatía, y el interés que lo mueve, sus sueños y esperanzas, así como sus manías, la forma de reír o de comportarse según qué circunstancias. Ya en esos primeros años, mientras el grupo de amigos jugábamos al fútbol o tirábamos piedras contra otras pandillas, Germán optaba por recluirse en su habitación para dibujar. Ya en esos primeros años, trabajaba a diario sobre su gran mesa inclinada, que yo miraba alucinado, y le pedía con insistencia que dibujara un avión o un tanque que disparara con un cañón de calibre exagerado. Todo lo tenía siempre muy ordenado, algo que me llamaba la atención, hasta que descubrí que solamente tenía una hermana menor, cuando yo tenía tres (dos hermanos y una hermana), y el orden se logra con más dificultad.
Pero Germán fue durante toda su vida muy activo. No se obsesionaba con el dibujo, sino que se programaba el tiempo para dedicarse también a otro tipo de actividades y que le quedara algo para el ocio con los amigos. Seguía estrictamente dicho programa calculado y le costaba gran esfuerzo romperlo. Su deporte favorito fue el Baloncesto, y era un jugador notable.
Desde los 8 años jugamos juntos primero en La Salle, luego en el Instituto de Bachillerato, cuando pasamos a las filas del Alcoi Basket, hasta cumplir los 16 años más o menos, ya que este último equipo se disolvió de manera lamentable, antes de que pasáramos a categoría Junior. Este hecho también provocó la disolución del núcleo de amigos que jugábamos al basquet por más de una década. Aunque seguimos la misma amistad de siempre, se perdió para muchos el contacto y la complicidad tan grande que existía, pues ya íbamos a clases y centros estudiantiles distintos por esa época.
Germán compaginaba sus estudios de Bachillerato con los artísticos. Se matriculó a edad temprana en la Escuela de Artes y Oficios de Alcoy porque siempre tuvo clara su vocación de pintor. Con doce o trece años de edad construía unos comics fantásticos, con personajes imaginados y ya con personalidad propia. Recuerdo que dibujó decenas de viñetas sobre las paredes de una habitación, en una vivienda del casco antiguo que se derribó con los años. Aquella novedosa forma de transmitir el comic, como un fresco en las paredes, tal y como se hacía en el Antiguo Egipto con los jeroglíficos, sólo se le puede ocurrir a un artista con una imaginación desbordante.
En la entonces abandonada Casa Albors, entramos furtivamente, a ver qué encontrábamos. Tendríamos sobre los once o doce años de edad. El techo del edificio era una inmensa vidriera bellamente decorada. Otros niños se divertían rompiéndola a pedradas, pero Germán y yo los convencimos para que pararan. Estuvimos contemplándola un rato, y me explicó detalles sobre la forma que tenían los artistas de construirla. Ya estaba repleta de agujeros por las pedradas, así que, inesperadamente, cogió una piedra y la arrojó sobre el centro de la vidriera. Así era Germán: pragmático y objetivo. Era capaz de transmitir un gran cariño, pero era tajante con lo obvio. Durante varios días visitamos el palacete Albors, incluso investigamos una red de galerías subterráneas que recorrían la población. Ya no arrojamos más piedras, pero intentamos sustraer la bola de la base del pararrayos, pues nos dijeron que era de platino. La serramos por turnos con una sierra para metales, pero en varios días, ni siquiera perforamos medio centímetro. Hoy en día, dicho palacete está restaurado, aunque no sé si en su totalidad.
Entre las muchas experiencias que vivimos juntos los amigos fue la Música. Vivimos como adolescentes el final de los 70s y comienzos de los 80s, cuando surgieron numerosas corrientes en el pop nacional, y multitud de grupos musicales. Al mismo tiempo, se podía adquirir la larga lista de éxitos que sonaban por el panorama internacional, con la suerte de que mi padre estaba inscrito en varias plataformas culturales, donde tenías que comprar libros o discos (Precisamente una se llamaba «Discolibro»), de modo que pronto recopilé una considerable colección de discos. Numerosos cumpleaños los celebramos en mi casa o en alguno de los centros culturales que presidía mi padre, de modo que algunos de mis amigos experimentaron sus primeros guateques y primeros excesos por alcohol, al son de la música de Rock o de Disco que sonaba por aquel entonces. Recuerdo que Germán intentó fumar cigarrillos por primera vez, pero no le gustó, y nunca lo vi fumar hasta una edad adulta, más de dos décadas después.
En ese interés por la Música, a mediados de 1979, varios amigos decidimos ir a nuestro primer concierto de Rock. Ninguno teníamos la edad permitida, pero para mi fue un problema añadido, ya que mis trece años y mi aspecto infantil de rubito, bajo y con gafas, contrastaba con la imagen de mis compañeros, mucho más altos y de aspecto mayor. En fin, yo no sabía que un concierto estaba restringido a los menores, así que nos encaminamos hacia la puerta del pabellón cubierto del Polideportivo Laporta sin pensar en ello. Recuerdo que de pronto nos asaltó un tío mío (Pepín) y muy acelerado nos preguntó si llevábamos el carnet. Al responderle afirmativamente, me dijo en voz baja que dijese que tenía quince años y que iba a cumplir los dieciséis. Enseguida dos hombres se acercaron y saludaron a mi tío, el cuál me presentó como a su sobrino y que iba a mi primer concierto, algo que era cierto, y no entendí porqué lo dijo con una fingida interpretación «de Oscar». Los hombres no dijeron nada más y se marcharon con mi tío hacia el interior, pero luego me comentó que eran «secretas», como si fuese algo que a nosotros nos interesara de algún modo.
Aquel concierto celebrado en Alcoy en el 79 fue más interesante de lo que supusimos. Se trataba de un festival que reunió a los grupos nacionales más importantes del momento. Por ejemplo, el grupo Leño se fundó cuatro meses antes de dicha actuación en Alcoy, y contemplamos también a Bloque, Asfalto, Medina Azahara, Cucharada, más un abanico de bandas de todas las latitudes, todas del estilo del Rock Duro. Los cuatro amigos nos sentamos en la grada y alucinamos con la movida que unos miles de espectadores formaban sobre la cancha, rodeando el escenario. Habían rubios de bote con chupas de cuero, melenudos con pantalones acampanados y botas de montar, así como una variedad variopinta de individuos y pocas chicas, algunas de aspecto y vestimenta también espectacular. Sacamos el paquete de Camel y fumamos nuestros cigarrillos a salvo de las miradas represivas de nuestros padres. Germán también fumó sin tragarse el humo.
En mitad de la cancha observamos un movimiento alrededor de un bidón de aceite, en el cuál, los espectadores iban sumergiendo los cigarrillos. Nunca supe si era extracto de marihuana, de hachís o vete tú a saber qué, pero me pareció una movida de lo más insólita. Reconozco que no recuerdo ningún tema, salvo «Es una mierda este Madrid», probablemente porque me fijé más en lo que sucedía fuera del escenario. Se batió el récord de decibelios en un concierto, superando los 5000 watios de potencia, y fue una experiencia muy evocadora para los amigos que fuimos. Como anécdota histórica, el pabellón se derrumbó en la nevada de enero de 1980, quizás debilitado por el ruido ensordecedor que aquellas bandas rockeras produjeron unos meses antes. Después de aquello, seguí muy aficionado a la música, y sigo siéndolo, pero el resto de amigos no sintieron ese mismo interés. Germán, como buen pintor, tampoco se sintió demasiado atraído por el mundo de la Música, más que lo justo, y cuando escuchaba “mi música”, siempre se sorprendía por escuchar algo “nuevo”.
Anécdotas de la infancia con Germán y los amigos podría contar a decenas, tantas como la memoria me permite, pero llegó un punto en que nos distanciamos físicamente, y la amistad quedó latente, siempre muy profunda y cómplice de las travesuras de juventud, algo que nunca se pierde, por muy alejados que estuviéramos. Con 18 años él siguió sus estudios superiores en Valencia y yo me marché con mi familia a Alicante y luego en solitario a Palma de Mallorca por más de dos años. Durante un periodo largo de tiempo, en el que conoce a Marián, su esposa, supe que trabajó en Los Ángeles, en los estudios de la Disney en Hollywood, colaborando, entre otros proyectos, con el dibujo animado de La Sirenita, estrenada en 1990. Supe de su casamiento y con los años, dos niños y una niña le alegraron la vida.
Nos reencontramos a finales de los años 90s. Habían transcurrido casi dos décadas, en los que la vida y los proyectos profesionales habían definido nuestra madurez. Aquel chiquillo de grandes ojos redondos, pupilas negras muy vivaces y largas pestañas, aquel sevillano dicharachero, que llegó a La Salle muy risueño, enseguida hizo amigos. Recuerdo que me pasaba los trabajos de dibujo que no le gustaban, para yo luego ponerles mi firma y sacar Notable; aquel ágil y certero jugador de baloncesto, que nos pintaba las camisetas de equipo en el Insti con un rotulador negro, con el simpático nombre de “Many´s Club”, pasó a ser un gran artista reconocido. Viajó en aquella década de los 90s a Bélgica, Estados Unidos, y en la década siguiente, con varias exposiciones de éxito en suelo español, se atrevió con el mercado ruso y chino.
Recuperamos el contacto gracias a los teléfonos móviles y, sobre todo a Internet. Como sabía que yo manejaba ordenadores desde 1984, y que me defendía en la configuración de Windows con la Red, aprovechaba las ocasiones de mis visitas o las suyas con el portátil, para ponerse al día. Mis visitas a su estudio fueron muy gratificantes, aunque fui menos de lo que deseaba, pues cada uno teníamos nuestra vida a muchos kms de distancia. Su Cartel de Fiestas de Moros y Cristianos de 2007, con sus hijos como protagonistas, nos transmitía tiempo, ese tiempo que pasa inexorablemente para todos y que nos hacen sentir mayores.
Germán era un artista con una agudeza visual única. Retrató a todos los alcaldes de Alicante del último siglo, y en su penúltima exposición en la Diputación, allá por el 2011, coincidió con el cuadro de mi abuela expuesto durante dos años en la sala colindante, antes de partir hacia el Louvre de París, para la exposición de Pintores Mediterráneos Contemporáneos. Pero no acudí a ver dichas exposiciones. Una y demás obras ya las había visto (el de mi abuela lo tengo colgado en el pasillo), y Germán expuso también en el Castillo de Santa Bárbara con anterioridad. La última exposición suya donde nos vimos sería precisamente en la Diputación de Alicante en 2019.
En 1999 falleció mi padre y Germán realizó su retrato al año siguiente. Cuando lo sacó de su coche y me lo mostró, quedé muy impactado. Ninguna fotografía muestra con tanto rigor la personalidad de mi padre. Germán lo conoció, pero cuando éramos amigos de la infancia y venía a mi casa. No lo vio demasiadas veces, pero en el retrato se nota hasta la dolencia bucal que sufría mi padre en esos tiempos, y lo retrató con la edad que él recordaba: una maravilla de artista. En 2018 falleció mi hermano menor, y también encargué su retrato a Germán. Se nota un estilo distinto de retrato comparado con el de mi padre. Ambos son obras maestras, pero los trazos más acentuados y poderosos en el de mi hermano, denotan un cambio que Germán estuvo o había experimentado. Probablemente evolucionaba o ya imaginaba otra técnica y/o quizás otra temática a la que dedicar su maestría. Nunca lo sabremos.
En fin, no quiero alargarme más, pero tampoco terminar el homenaje a mi gran amigo Germán, sin comentar que otro compañero en los equipos de Baloncesto que compartimos, José Pascual, cosas del destino, falleció unos días después, el 19 de Noviembre del 2022 por un fallo cardíaco. José dirigió el Museo del Juguete de Ibi y actualmente el Museo de Moros y Cristianos de Alcoy, el popular “Casal de Sant Jordi”. Otro amigo entrañable que nos deja, del mismo modo que todos partiremos. Si medimos nuestra vida por lo que dejamos atrás, por nuestro legado, ambos amigos pueden estar muy satisfechos por sus obras, aunque el legado de Germán sea más visible que el de los demás mortales. Valga este modesto homenaje, con algunos recuerdos entrañables, y descansen en paz mis amigos del alma.