Desde el 30 de junio del 2017 han nacido 7.315 niños en España y de todos ellos, sólo 365 han adoptado como primer apellido el del padre (según he escuchado en Radio Alicante). Resulta significativo el dato porque en esa fecha entró en vigor una nueva ley por la que se puede elegir el orden de los apellidos a la hora de registrar al recién nacido. Creo que en España, en lo que a los nombres se refiere, estamos a un paso del caos burocrático a este respecto, pues si llamamos Batman y Swatzeneger y los apellidos no siguen ya el orden acostumbrado, la identidad de las personas se convertirá en un “tatuaje” más, que costará algo de suprimir, pero se consigue cambiar si se desea. Eso sí, la Ley deja claro que a la mayoría de edad, cualquier ciudadano español puede modificar el orden de sus apellidos. También se le otorga “poderes” al encargado del Registro Civil si no existiera acuerdo entre ambas partes progenitoras a la hora de decidir el orden de los apellidos del hijo.
El dilema estriba en que pueda existir la posibilidad de cambiar nuestra identidad a capricho y que se prescinda del orden establecido durante siglos, o que permanezca un orden (sea cual fuere), sin posibilidad de modificaciones para que no se caiga en la suplantación de identidad o, por el contrario y como ya ocurre con esta Ley, se facilite a los “bandidos” una oportunidad legal de esconderse bajo otro nombre con más facilidad que nunca. Se puede escoger la perspectiva, pensando bien o mal de las repercusiones que ocasionará.
Pero esta ley, a mi parecer, tiene multitud de lecturas y repercusión en el futuro inmediato y a largo plazo. La lectura “genética” resulta muy interesante porque acierta, ya que no sólo heredan el ADN mitocondrial las mujeres, de madres a hijas, sino también mantener el apellido de la esposa indefinidamente, si lo desean, respeta la herencia biológica, cuando una nieta actualmente ya lo pierde en lo Civil, contrariamente a lo que nos asegura la ciencia en dicha herencia biológica. La forma más fiable de “rastrear” nuestro remoto pasado (genoma) es mediante el ADN mitocondrial, donde el hombre no pinta nada, siempre que se tenga acceso al de las mujeres, mucho más fiable y directo. A este respecto, la especie humana recupera la coherencia, superponiéndose al “capricho” que las sociedades han impuesto. En el mundo anglo-sajón y en la Europa del Este, por ejemplo, la mujer pierde su apellido nada más casarse, algo que me parece bastante abusivo.
Esa es precisamente la lectura más importante a mi parecer, ya que el aspecto social y jurídico sufre una verdadera “revolución” que todavía no notamos, pero que seguro aumentará de forma espectacular los expedientes pertenecientes a la sucesión, tanto de bienes, como de privilegios sociales, pues no hay que olvidar que, a 2017, todavía subsisten miles de títulos nobiliarios donde, sin esta ley, ya bastante liada tienen la cosa. Dentro de lo social me permito añadir a la Iglesia Católica, principales reguladores de los nombres y apellidos desde el tiempo de los Romanos. Me gustaría conocer su opinión al respecto y si, una vez más, ofrecerán resistencia a todos estos cambios que se avecinan. Los curas mandan en las pilas bautismales y me hubiese encantado verlos registrando a un Batman o saber, al mojarlos con agua bendita, que el niño no posee el primer apellido del padre, sino de la madre. Creo que la relación Religión-Sociedad se vuelve cada vez más distante, y eso que vivimos un régimen de derechas.
En fin, todavía podemos estudiar las repercusiones en otros ámbitos, como la respuesta a porqué de pronto todos los niños adoptan el apellido materno, pero me encantaría que opinaras al respecto. Mi opinión es que existen numerosas cuestiones que atañen a nuestros usos y costumbres, tan importantes como ésta, que siguen en vigor desde la Edad Media, pero ningún político realiza un referéndum o consulta para saber qué conviene o no al ciudadano y si está de acuerdo con mantenerla. Me parece correcto modificar y modernizar cuestiones tan importantes en nuestro futuro como esta Ley de los Apellidos, pero se ha “metido” sin ruido y sin pedir opinión a nadie. Viene “masticándose” desde el año 2000 y no he observado ningún movimiento a favor o en contra que haya hecho ruido. Aceptamos las leyes pero luego no nos enteramos de su fracaso o éxito hasta que es demasiado tarde. Luego nadie se hace responsable (como por ejemplo en el caso de las privatizaciones de las empresas nacionales) e intentar rectificar ya no es de sabios, sino de verdaderos chapuceros.
César Metonio