Ya sé que remontarse quince siglos en el tiempo puede resultar hasta de carcajada para muchos, y el “ya te lo dije” se guarda para los historiadores tremendistas, pero el Imperio Romano no sucumbió a causa de batallas campales entre bárbaros y romanos, ni la Reconquista terminó con los musulmanes en España, pues eso ocurrió cuatro siglos después, en 1609.

En ambos casos, el ocaso de Roma y de Al-Ándalus se fraguó desde dentro. En el primer caso, más de 6 millones de colonos se instalaron en los dominios romanos, ocupando pacíficamente tierras y viviendas en un relativo corto periodo de décadas, al mismo tiempo que vándalos, ostrogodos  y otras grandes familias germánicas y de más al Este, recorrían la Europa Occidental y Norte de África en busca de una mejor vida. Su número era importante y compacto, asentándose en zonas tradicionalmente civilizadas, pacíficas y decadentes por la Pax Romana. En poco tiempo sus dirigentes ocuparon los puestos políticos relevantes de la sociedad romana, intimidada ésta por sus exhibiciones violentas. Para el siglo V toda la civilización romana de Occidente se había desintegrado en todos los sentidos y la República y el Imperio pasaron al olvido.

Las sociedades feudales proliferaron en Europa Occidental, pero en España se asentaron los musulmanes para crear un “renacimiento” de civilización avanzada que emuló los tiempos de la Roma Imperial. Pero se repitió la historia. Colonos cristianos fueron ocupando tierras y viviendas en las poblaciones andalusíes. Muchos mozárabes permanecieron en España desde la llegada de aquellos extranjeros, pero otros muchos cristianos iban retornando (generaciones descendientes de los exiliados) o sencillamente provenían del otro lado de los Pirineos. La cuestión fue que su número alcanzó cifras tan importantes que formaron ejércitos con los que “reconquistar” España. Grandes batallas hubo pocas para los casi dos siglos (1086-1266) de Reconquista, y esto fue porque los colonos cristianos (la “Quinta Columna”), allanaron casi siempre el camino a la ocupación física y política de los territorios.  Cuando Jaime I llegó a Valencia en 1238 y a Murcia en 1266, antes se habían asentado miles de colonos cristianos en ambos territorios, décadas antes, para reforzar las minorías mozárabes, con sutileza y pacíficamente.

Bueno, pues una vez más se repite la historia. Más de 4 millones de turcos residen en Alemania. Más de 1.7 Millones de argelinos residen en Francia (que echaron sangrientamente a los franceses de su país en 1958/62). Además en Francia residen también más de 3.7 millones de musulmanes de otras nacionalidades. Lo mismo ocurre pero en menor proporción en los demás países del Occidente Europeo, con casi 800.000 marroquíes en España, país que sigue mostrando abiertamente hostilidad ante el país que los acoge. Más de 1.8 millones de musulmanes residen en España. En Italia residen más de 1.5 millones de musulmanes. En Reino Unido residen casi 4 millones de musulmanes. En el resto de países de la Europa Occidental también ocupan un alto porcentaje poblacional, con Holanda y Bélgica con más de 600.000 musulmanes en cada país.

En fin, la proporción de musulmanes provenientes del Norte de África y Oriente Próximo resulta una minoría tan numerosa que supera la proporción de los dos ejemplos históricos anteriores. Son alrededor del 10 % de la población de la Europa Occidental, alrededor de 35 millones de musulmanes (registrados, pues sin papeles la cifra sería superior). Como colofón, hace una década «vaticinas» en Inglaterra que todo un primer ministro será originario de la excolonia lejana de La India, y te hubiesen partido la cara.

El comportamiento de los argelinos en Francia tras el lamentable suceso de las autoridades con un delincuente de dicha nacionalidad, recalca la respuesta violenta que anticipa las intenciones de todo pueblo “ocupante”. Los musulmanes simplemente aplican la estrategia de “ocupación” pacífica para terminar asaltando el gobierno total. Es cuestión de décadas, como nos alecciona la Historia. Pero los políticos decadentes de Occidente, ni tienen memoria ni les interesa, pues permiten una invasión que ya es preocupante, pues con violencia cambiarán las costumbres europeas por las africanas y orientales. No por que lo diga yo, sino porque así se repite la Historia, como un bucle infinito. Unos por beneficiarse económicamente (los políticos europeos) y otros por conseguir un estilo de vida mejor, han causado un trastorno social de muy difícil solución. Los musulmanes quiren gozar de libertad religiosa y costumbres, pero solamente para practicar la suya, con sus variantes, algo que no pueden hacer en sus países de origen. Por otra parte, no olvidan que antes de musulmanes fueron cristianos, y quieren que éstos se conviertan también.

La maquinaria del Estado, aquí y en Francia, actúa despacio pero implacable como una apisonadora. Dejarán que se enfríen los ánimos africanos para aplicar el rigor correspondiente de la Ley. Según la debilidad que demuestren los políticos decadentes, dará pie al siguiente paso para la ocupación. Seguramente las autoridades francesas darán puestos políticos a los representantes musulmanes más influyentes. Así se hizo en la Antigua Roma, y así sucederá en poco tiempo en Francia. Pronto veremos a los musulmanes «nacionalizados» ocupando escaños en los parlamentos de la Europa Occidental, para pasar sin duda posteriormente a Bruselas. Dicen los arqueólogos que muchas profecías terminan en el siglo XXI, cuando «existirá una gran guerra entre España y el Magreb». ¿Será lo ocurrido en Francia el detonante para un mayor conflicto que aún debe llegar?

La vieja Europa Occidental se muere. Atrás quedaron los imperios: romano, español e Inglés y está siendo engullida sin remisión por las amenazas pujantes que llegan de Oriente. Ni el coloso americano será suficiente. De nada sirven las exhibiciones militares ni el dinero contra las colosales fuerzas emergentes que se oponen. Ni siquiera una anticuada Rusia respeta a la antaño todopoderosa Europa, titubeante y arrodillada a los pies del americano también decadente. Probablemente viviremos para verlo.

César Metonio


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