El Restaurante La Tour d´Argent de París es uno de los más antiguos y emblemáticos de la Capital francesa y, gracias a una famosa película de Pixar, Ratatouille, se dio a conocer por todo el mundo en el año 2007, precisamente cuando peor momento estaban pasando los propietarios del restaurante, pues un año antes perdían posiciones en la Guía Michelín, pasando de dos a una estrella, cuando en 1995 gozaban de gran reconocimiento y de tres flamantes estrellas de valoración en la prestigiosa Guía.

El propietario André Terrail atribuye al restaurante una antigüedad de siglos, pues insisten en que se fundó en el año 1582 y que uno de sus mayores mecenas fue el mismísimo rey Enrique IV de Francia. Pero, ante la imposibilidad de probarlo con documentación, el restaurante más antiguo del mundo oficialmente data del siglo XVIII y está en España. Lo que no se puede negar es la importancia que el restaurante La Tour d´Argent ha tenido en el último siglo para la Gastronomía francesa y europea por extensión.

Actualmente el restaurante goza de una situación privilegiada en París, con vistas al río Sena y a la Catedral de Notre Dame, justo en un coqueto edificio de la Quai de la Tournelle, 15. La lista de comensales famosos que han parado a degustar sus ricos guisos de pato es numerosa. Entre las leyendas consta una visita de Enrique III quedando maravillado por el uso por primera vez del tenedor como cubierto de mesa y útil herramienta para comer. Richelieu y madame de Sevigné se cuentan también como visitantes corrientes en el local. Pero la familia Terrail no puede asegurar la visita de tales personajes pues regentan el negocio desde 1912. Lo cierto es que al menos y desde entonces se puede constatar a monarcas y grandes mandatarios entre los clientes, como el Emperador Hiro Hito y Churchill cuando visitaron la Ciudad. En tiempos más recientes los personajes más populares nos llegan del mundo de la Música y el celuloide, y de este mundo del espectáculo se cuentan visitantes tan glamurosos como Ava Gardner, así como los artistas franceses más populares de cada época.

El menú cuesta entre los 105 a 360 € por cubierto. La persona que los prepara es el chef Philippe Labbé, con un joven equipo de cocineros. El tipo de comida se puede denominar como Cocina Moderna Francesa y platos tradicionales franceses. El establecimiento posee una bodega con más de 400.000 botellas de 15.000 vinos (a la venta según algunas noticias por 25 millones de euros), con una carta de 400 páginas. Todo un récord. También poseen una granja para la cría de patos, materia prima principal del restaurante para los platos desde sus comienzos.

Si pedimos un menú normal, que no llegue a los 200 euros, encontraremos también su pato de Challans, pues viene incluido en todos sus menús aunque varía la cantidad. Suelen servir primero unos pequeños entrantes protagonizados por avellanas o un merengue seco de remolacha como toque moderno, también tienen patata con hierbas aromáticas, en fin, unas tapas bastante insípidas para los españoles, acostumbrados a sabores más contundentes. Los primeros platos pueden sorprender, como su rico querelle de pescado “del Siglo XXI”, que viene curiosamente decorado. Para el segundo plato suele venir el pato, la estrella del local, pero no he encontrado referencias positivas en ninguna guía o blog, más bien decepción, pues suelen presentarlo como “rosé”, pero más bien el proceso de preparación es bastante rudimentaria (vuelta y vuelta), quedando crudo y correoso, así que recomiendo que pidáis el pato cocido (risas). En este plato “rosé” se pueden distinguir tres tipos de remolacha distintos que quizás resultaría sabroso si el pato quedase tierno. Si tengo que recomendaros algún plato que lleve esta carne, pedid el Pato a la Tour d´Argent, pues es la especialidad de la Casa.

El postre puede ser el mejor momento, pues es un plato que no tiene misterio si se tiene un mínimo de gusto. Así podemos encontrar crema de mandarina al azafrán (que no se puede comparar a la de mi Comunidad Valenciana), con una capa de azúcar demasiado dura, un rico y refrescante helado de aceite de oliva con crema de yogur y un surtido de bombones de distintos sabores. El servicio es correcto y la vajilla lujosa, pero queda ese sentimiento de que “se espera algo más” de un establecimiento tan reconocido. Por ese motivo creo que ha ido perdiendo estrellas, quizás porque han perdido el “don” que se necesita para preparar ricos platos, la cuestión principal para un restaurante. Supongo que les habrán comentado y leerán en las referencias que su pato no está siendo del agrado general, aunque alguna jornada tengan la “suerte” de que salga bien. En fin, si pedís café y alguna cosilla fuera del menú, como más vino u otro tipo, debéis saber que la factura estará engrosada por otros 50 euritos más. Eso sí, si no pensáis exclusivamente en la calidad de la comida, os encontraréis en un magnífico, elegante e histórico lugar para pasar una velada en compañía.

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