(Recomendado sólo mayores de 16 años)

No existe mayor gozo en una perversión que contemplar sin ser visto, y el mirado en su soledad, soñar con que lo miran y tocan furtivamente. El voyeurismo no es pecado si ambas partes disfrutan por igual, es una ley universal y de sentido común, extrapolable a cualquier campo. El descubrimiento infraganti del voyeur suele estropear la escena. Entonces el sueño se desmorona y las emociones cambian la química de nuestro cerebro. De los opiáceos, endorfinas y otros chorros naturales que nos producen placer, se cambian a las sustancias que producen preocupación y miedo. Pero claro, eso también depende de la situación, pues puede ocurrir que ambas partes se tengan confianza, y la escena se torne en un grato momento de éxtasis con el encuentro inesperado, cuando la adrenalina recorre las arterias y se abandonan los sentidos.

La cosa cambia si la contemplación furtiva proviene sorpresivamente y por dos personas que nunca se han visto ni se conocen. Me ocurrió hace unos días y os cuento lo más fiel posible tal y como ocurrió. Tengo más que comprobado que las edades en el sexo son pura trivialidad. Nadie piensa, al momento dado, en la edad de la persona que atrae físicamente, siempre resulta de un concepto moral a posteriori y marcado por el entorno socio-cultural. Lo que estaba prohibido antaño es hoy en día una costumbre sana y viceversa. Un ejemplo paradójico a este respecto es que una mujer de catorce años que se enamora de un hombre de treinta, se juzga como un abuso y puede terminar en delito para el hombre, pero si éste tiene quince, son cosas de chicos y nadie se escandaliza. Del mismo modo se puede decir de una mujer de treinta si “abusa” de un hombre de quince. Se ha enredado tanto el mundo de la sexualidad en nuestra sociedad, que nunca se está cierto de cuándo se sobrepasa el límite del amor y de la pura atracción, para convertirse en delito. Si hay algo que no cambia, y eso ya es un consuelo, es el morbo, no existe nada más placentero que traspasar ese límite morboso de lo “limitado”, siempre que sea sin maldad.

Llegaba a casa de la oficina y me encaminé directamente al baño para darme una ducha. Al otro extremo del pasillo vislumbré una silueta que salía del otro baño y que entró a la habitación de invitados. Me iba despojando de la ropa a medida que avanzaba por el largo pasillo, ensimismado en mis cosas, pero retenía en mi retina el pie y la pantorrilla femenina que alcancé a ver fugazmente antes de desaparecer a la derecha del pasillo. No era mi Anita porque ella se ducha siempre en el baño de nuestro dormitorio y, parado en la puerta del mismo, se me ocurrió acercarme hasta allí para ver quién era. No sé porqué, quizás por vergüenza, asomé la cara furtivamente en la esquina del pasillo, un fuerte aroma a jabón de ducha y perfume femenino llenaba el ambiente, vi entonces la figura acostada de bruces sobre la cama de una chica, una figura de mujer perfecta, con la espalda desnuda, moviendo los pies rítmicamente de arriba abajo. Miraba una revista de moda y sus cabellos negros empapados goteaban sobre el papel de la misma. De pronto se movió bruscamente y me asusté retirándome hacia atrás como un rayo. Tenía la camisa y la corbata en la mano y sudaba a mares. Me sentía ridículo en mi propia casa, pero al mismo tiempo sentía el deseo de continuar con el mismo juego, de espiar a esa maravillosa figura en bragas que no acertaba a reconocer.

Admito que el primer lugar que atacaron mis ojos fue a la zona de los glúteos, pero también es cierto que el ángulo de mi mirada se dirigía directamente a dicha zona, invadida visualmente por el vaivén de sus pies en movimiento. Dicho movimiento señalaba en sus braguitas la rajita de su sexo y, volver a contemplar la misma escena, me animó a seguir el juego. La chica esta vez estaba tumbada de medio lado y observaba la revista en una posición que podía delatarme, así que me escondí de nuevo. De soslayo vi sus cabellos negros mojados sobre su cara y un cable blanco que salía de su oído derecho, así que escuchaba música, sin secarse el cuerpo totalmente para aliviar el terrible calor de mediodía. Así que decidí agachar mi cuerpo y asomarme desde una situación más baja para evitar un ángulo de visión amplio. Ella sujetaba entonces su pierna derecha por la rodilla, frotando alguna zona que le picaba, así que contemplé un primer plano de sus glúteos, con el muslo derecho extendido hacia arriba y una clara imagen de su sexo desnudo, pues la parte baja de sus braguitas se habían plegado hacia abajo.

Los instintos más primitivos se apoderaron rápidamente de mi ser. Enseguida, de un movimiento compulsivo recoloqué mi pene porque el pantalón me incomodaba. Estaba sintiendo una erección como si de un adolescente se tratase. Tras medio minuto eterno, estiró las piernas y pasó otra página. Al parecer, el pliegue en sus braguitas le molestaba, así que mecánicamente abrió un poco las piernas y se estiró el tejido de una manera que a mi me pareció muy sugerente. Tenía un culo precioso y una piel blanca tersa y suave, a pesar de no poder comprobarlo. De pronto, seguramente al ritmo de la música que escuchaba, comenzó a moverse sinuosamente, mientras pasaba páginas más rápidamente y me iba mostrando planos de su cuerpo, adivinando por momentos una preciosa teta derecha culminada por un sonrosado pezón. El pequeño balanceo de su cuerpo sobre la cama terminó por introducir la parte baja de las braguitas blancas por la raja del culo y asomaban por sus lados el vello que rodeaba su sexo.

Aquella visión me extasiaba. No pude contener el deseo de frotarme por encima del pantalón y en apenas unos minutos noté una gran humedad al mismo tiempo que placer infinito. La mujer miró de pronto hacia la puerta y vi su bello rostro juvenil. No sé si la penumbra del pasillo me escondió lo suficiente, pero estoy casi seguro de que no me veía, ya que se quitó el auricular, se lo puso de nuevo y continuó mirando la revista. Justamente entonces llegaba a la contraportada, así que hizo ademán de incorporarse, momento en el que me retiré para no ser descubierto. Al instante escuché el sonido de la puerta: era Anita que entraba en la casa. Corrí hasta mi dormitorio y terminé de desvestirme rápidamente para meterme en la ducha. Entonces recordé que la zona del sleep y pantalón sufrieron una inmensa polución, así que puse ambas prendas bajo el chorro del lavabo, por si acaso “alguien” me preguntara por el motivo del derrame.

 

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