Una empresa catalana ha puesto a la venta la “bombilla eterna” iWop, una bombilla de muy bajo consumo que utiliza la tecnología LED y que se desmonta en piezas para sustituir las que se desgasten o fallen. Tiene una duración prevista de unos 80 años, pero quieren emular y superar a las que ostentan el récord mundial por funcionar desde hace más de un siglo. Pero si la bombilla se puede separar en partes pasa a ser un “organismo”. Todos sabemos que las bombillas fallan y se tiran a la basura, son un “ente unicelular e indivisible”, se funden y se sustituyen por una nueva. De modo que esta nueva bombilla lanzada al mercado, puede ser susceptible de críticas por su elevado coste con respecto a las tradicionales, ya que podemos comprar 20 bombillas corrientes por el mismo precio. Para entender el fundamento de mi última afirmación, debemos admitir primero que estamos completamente abducidos por el Consumismo.

No es ningún misterio conocer porqué las cosas en general duraban más tiempo antes que ahora. No es porque los materiales de hoy en día sean de inferior calidad o porque los artesanos de antes trabajaran con una mayor dedicación, es sencillamente porque en este último siglo nuestra economía se basa en el Consumismo, de modo que el método de fabricación en serie, no sólo permite un mayor volumen de construir en menos tiempo, sino que también prevé un ciclo “vital”, un cálculo aproximado de duración o caducidad del producto, que en los aparatos con componentes electrónicos se llama “Obsolescencia Programada”, un chip culpable de que tengamos que reparar o abandonar nuestro vehículo, electrodomésticos, teléfonos móviles, etc.,  entre el segundo y cuarto año de uso. Un “pinxo” pen drive USB, por ejemplo, raramente dura más de dos años. Existen excepciones (como la marca CASIO), pero son pocas.

Pero no es una estafa tal y como concebimos el término “Obsolescencia Programada”. Resulta una estafa cuando el fabricante incluye este chip programado a conciencia, para que no se reduzca su plan de producción y venta mediante este método autodestructivo. Pero existen otros mecanismos más sutiles que aseguran dicha venta, la de la aparición de sus productos específicos de su marca, además de otros que por “modas”, dejan obsoleto su otro producto aunque no se haya exhibido demasiado tiempo en el mercado. Un ejemplo de mecanismo “malintencionado” es que no se hayan fabricado piezas de repuesto para reparar una avería parcial, como hacen comúnmente los fabricantes de electrodomésticos.

Podría llenar este post con las estrategias de marketing que las empresas utilizan rozando casi la estafa e incluso superando toda ética profesional. Si no fuera porque nuestro sistema económico y legal permite todos estos excesos, la mayoría de fabricantes estarían entre rejas. Es una práctica de lo más común observar prácticas fraudulentas y de competencia desleal entre las empresas, por ejemplo las compañías de telefonía, “arreglando” el problema con una simple sanción económica dirigida al sistema judicial (Estado), que al público le parece “espectacular” por su volumen en euros, pero que realmente supone una parte minúscula de los beneficios que dicho fraude les ha proporcionado. De todas formas, el Sistema Judicial, nunca (salvo contadas ocasiones) compensa la pérdida del usuario que es, al fin y al cabo, el que padece los fraudes. Por consiguiente ¿de qué sirve protestar y denunciar ante los Tribunales, si nadie me va a devolver el dinero de un frigorífico que curiosamente se ha muerto justo terminada la garantía, o de un cargo indebido en mi cuenta por unos servicios telefónicos que nunca disfruté?

Un ejemplo de esta práctica, llevada a un nivel superior, lo podemos ver en la Construcción. Las cañerías de plomo se sustituyeron hace medio siglo por las de cobre, de forma paulatina, pero en este siglo irrumpió en el mercado la tubería de PVC, que se supone, abarata el coste, se instala de forma más practica y reduce sabores y partículas metálicas en el conducto. Sabemos que las de hierro se pican con los cambios de temperatura, tienen una vida relativamente corta, las de plomo sufren continuadas averías y no soportan altas presiones, y las de cobre se deterioran al sobrepasar, por el mismo motivo, los 40 años. Desde hace más de una década se instalan las de PVC en los edificios de nueva planta y se cambian por las metálicas en las viviendas que lo necesitan. No se tiene  ningún registro de la durabilidad de las nuevas tuberías. ¿Llegarán a los 50 años?

En numerosos productos se aplica la Obsolescencia Programada conscientemente y en otros menos por ignorancia. Cuando inauguran un Hospital y las Autoridades admiten que estará obsoleto en 50 años, están aplicando esta Ley increíble que rige nuestro estilo de vida. Hablar sobre reciclaje, sostenibilidad, respeto al medio ambiente, me parece muy peregrino en boca de empresas y autoridades, ya que causan y permiten que la economía siga basándose en el consumismo desmedido. Si una empresa alimentaria respeta el medio ambiente, pero para su producto adquiere envases que degradan y contaminan en su origen, ya no están respetando el medio ambiente, pues colaboran con las empresas contaminantes. Vivimos en una época donde la complejidad requiere de estudios lo mismo de complejos que el problema mismo. No podemos permitir que los científicos elaboren planes de futuro para que el Planeta sea habitable a largo plazo y que los políticos y las empresas los desvíen o los aparten en un cajón hasta la siguiente generación. El problema de las desalinizadoras autorizadas durante el Gobierno de Zapatero, ha dejado muchos millones de euros sangrantes y zonas medioambientales desoladas.

Para terminar, os propongo una reflexión que observo desde hace años en el mercado: un calzado deportivo de marca conocida promociona su producto estrella por 150 euros, por el mismo valor que un reloj de lujo. La zapatilla se ha elaborado con producto textil y variantes del caucho sintético. Se ha fabricado en una media hora pasando por un proceso en cadena automatizado. Su diseño quedará obsoleto en seis meses a lo sumo. En cambio el reloj se ha fabricado artesanalmente por un equipo de relojeros suizos y su durabilidad es indefinida, así como su garantía. He llegado a la conclusión de que no solamente los productos de lujo son menos perecederos, sino que su precio en general se ha equiparado al del consumismo puro y duro. ¿No resulta paradójico? Si nos ponemos en plan “superior”, hace 40 años un superdeportivo de lujo costaba 180.000 euros y una vivienda de reciente construcción, en un barrio residencial, costaba 150.000 euros. Hoy en día adquirir el superdeportivo cuesta lo mismo que hace 40 años, pero la vivienda ha doblado, como mínimo, su valor. ¿Se ha abaratado el lujo? ¿No es todo esto un poco de locos?

Si alguien me pidiera opinión en este tema, sin dudarlo aconsejaría a los gobiernos a prohibir y perseguir la Obsolescencia Programada, pues sería un paso de gigante para proteger al consumidor y de rebote, mejorar las expectativas sobre nuestro medio ambiente. Como mínimo, se reducirían las toneladas de residuos contaminantes provenientes de los componentes electrónicos. También daríamos un gran paso para conseguir recuperar la filosofía de “trabajo bien hecho y duradero” que tenían nuestros abuelos artesanos, sin necesidad de buscar el producto de lujo.

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