El gesto que ahora nos parece tan natural, el de sacar un kleenex doblado del interior de un paquetito, o del dispensario de cartón, nos puede parecer reciente en el tiempo, un invento de estas últimas décadas, pero ya nuestros bisabuelos los usaban, pues tiene más de un siglo de existencia.

Como casi todos los inventos que tienen relación con nuestra higiene, los pañuelos desechables surgieron de la necesidad de encontrar un material que sustituyera al agotado algodón en los Estados Unidos. En este país coincidieron dos catástrofes que limitaron la confección del tejido de algodón. Por una parte, la Primera Guerra Mundial desvió la producción de este tejido para la confección de uniformes y otros numerosos accesorios (no existió el plástico hasta 1928); y por otro, la Pandemia que sufrieron, llamada “gripe española” porque serían los médicos españoles los primeros en detectarla y tratarla con conocimiento del público. Todos los materiales y prendas sanitarias se fabricaban con algodón, hasta las mascarillas, así que no cabía otro remedio que buscar un material alternativo ante la carestía.

Sobre el año 1914 una empresa papelera asentada en Neenah, Wisconsin, desarrolló un papel de celulosa que asemejaba la textura del algodón. Por la similitud, se aplicó a las máscaras de gas que se usaron en el frente de batalla. La empresa se llamaba Kimberly-Clark, fundada en 1872, apellidos de los dos principales inventores y accionistas de dicha corporación. Durante la Primera Guerra Mundial abastecerían el ámbito militar con pañuelos desechables, toallas sanitarias y papel higiénico, costumbre que fue llegando más adelante al común de la población, primero por higiene y luego por lo práctico que resulta lo desechable.

En el año 1920 esta empresa comercializaría los Kotex, nuestras actuales compresas para la higiene íntima, llamadas entonces “toallas sanitarias”, a base de reunir capas con este suave material de celulosa. De variados tamaños, en principio dirigidas a los hospitales, con el tiempo se convirtieron en un objeto indispensable para la higiene de la mujer occidental.

En 1924 Kimberly-Clark comercializó los pañuelos desechables de papel con dispensarios transportables y cómodos de usar, los Kleenex. Cinco años después la empresa cotizaría en Bolsa. Actualmente emplea a 42.000 trabajadores en más de 20 países y sus ingresos en 2021 se acercaron a los 20 mil millones de dólares, siempre fabricando artículos derivados de la celulosa y para la higiene personal. En su periplo empresarial, adquirió la empresa que comercializó por primera vez el papel en el formato actual, la Scott.

Pero la costumbre del papel desechable y el uso de pañales y compresas, no se adquirió con la misma rapidez en unos países que en otros. Un artículo que hoy en día lo calificamos de “corriente”, no lo era tanto hace pocas décadas. En España, por ejemplo, en los inicios del invento “desechable”, los intentos de introducirlos fueron casi nulos, pues en la década de los 20s interesaba primero a sus inventores un mercado mayor, como era el estadounidense. No sería hasta la década siguiente cuando el mercado europeo comenzó a interesar.

El Cine tuvo mucho que ver, y todos aquellos artículos “raros” que lucían las actrices en sus cómodas: algodones, brochas y lápices para el maquillaje, toallitas para el rostro y kleenex, etc., no sólo publicitaban dichos productos para el mercado americano, sino que despertaban la curiosidad de las féminas por todas las salas de cine del mundo.

Pero en España, el intento de comercialización de cualquier producto novedoso en la década de los 30s se vería truncado por la Guerra Civil, así que la costumbre tuvo que posponerse al menos otra década. Quince años después de lanzarse al mercado, se hizo famosa una escena de Chita en la cuarta película de Tarzán, cuando la mona empieza a sustraer uno por uno los kleenex del dispensario de cartón. Dicha película se estrenó en España un año después, en 1940, pero la escena no pasó de “curiosa” porque el público en general ni conocía los Kleenex todavía. No sabían qué era aquello.

España bastante tenía con salir de la miseria como para distraerse con productos “triviales”. No se conocieron estos productos derivados de la celulosa, al estilo “tissue”, hasta que se comenzaron a fabricar los primeros rollos de “La Pajarita” bien entrada la década de los años 70s. Hasta mediados de dicha década todo el mundo usaba pañuelos de tela “lavables”, y del mismo material estaban confeccionados los dirigidos a la higiene personal (los trapos).

De forma esporádica, los turistas occidentales venían con estos productos a veranear, o los emigrantes regresaban con esta costumbre por lo “desechable”, pero en España no se comercializó hasta dicha década. Recuerdo siendo pequeño (mi madre regentó una droguería a finales de los 70s), que “presentó” a sus clientes el “nuevo” papel higiénico de suave tacto, y pude presenciar el declive de “el elefante”, un papel liso y tieso, de color madera, unos rollos que “reinaron” por más de una década, como única alternativa a la higiene tras el retrete de los españoles, y que duraría hasta principios de los 80s. Pero en fin, todos aquellos españolitos que decían “estos franceses y americanos están amariconados”, seguramente no recuerden aquella otra transición, la que nos trajo el consumismo desmedido, la obsolescencia programada, lo que no perdura y, hasta en los productos de higiene y sanitarios, nos han vendido la moto de que lo desechable es más sano, y nosotros lo creemos como buenos chic@s que somos.

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