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La música española ha sido desde hace siglos referente mundial, no sólo por la importantísima aportación de la guitarra, instrumento fundamental que provoca el nacimiento de la música popular (pop), sino por que su variado estilo, debido a los toques regionales, ha ido enriqueciendo el panorama musical del Nuevo Mundo y, por extensión, de todo el Planeta. Encontramos su influencia desde la Tierra del Fuego hasta Nueva Orleans, en Luisiana y al oeste de los Estados Unidos, en los estados de California y Nuevo Mexico. También encontramos “aires españoles” al Norte y Costa Occidental de África y en Asia, lugares pertenecientes al ámbito colonial y comercial de su antiguo Imperio. Tanto en China como en Japón, “descubrieron” en la guitarra española algo más que un instrumento, para pasar incluso a considerarse “el instrumento”, desbancando a sus tradicionales cuerdas, encontrando en el “cante hondo” unas similitudes con el autóctono que sorprendieron a propios y extraños.

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Quizás el monarca más cultivado e interesado por el arte y la cultura de todos los que reinaron Las Españas fue Carlos III. Este monarca era consciente de que seguía gobernando un inmenso Imperio y su gran obsesión era mantenerlo. Una de las “armas” que utilizaría sería el fomento de la cultura española. Tras su muerte se sucedería con rapidez la pérdida de todos los territorios continentales americanos. Este Rey también era consciente de la riqueza musical que atesoraba la Península Ibérica y a las continuas “provocaciones” de las demás cortes europeas, alabando a los autores e intérpretes de Milán, París y Viena, se le ocurrió organizar una Ópera al “estilo español” tal como hiciera su antepasado el Rey Felipe IV, primer anfitrión del Palacio Real. Dicho estilo tomaría el nombre de Zarzuela porque las primeras representaciones se llevaron a cabo en su Palacio de la Zarzuela de Madrid.

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Aunque franceses y alemanes siguen pensando que la Zarzuela es un “género chico” y que imita a la ópera y opereta de finales del siglo XVIII, dramaturgos como Lope de Vega y Calderón de la Barca ya compusieron obras habladas y cantadas, siendo “el golfo de las sirenas”, de este último Autor, la primera zarzuela conocida y estrenada en el año 1657. Aunque la música en general escoge influencias de todos los estilos y tiempos, podríamos decir perfectamente que la ópera “copia” los fundamentos líricos del Siglo de Oro español, lo adapta a su propio idioma y estilo, otorgándole “grandeza” y que la Zarzuela, un estilo completamente hispánico, se nutre a su vez del enriquecimiento posterior francés, italiano y germánico. Porque la Música es un ente dinámico, Carlos III quiere corroborar el origen hispánico del “teatro cantado” y por eso las primeras interpretaciones son libretos con más de un siglo de antigüedad, hasta que los compositores comienzan a estrenar las nuevas creaciones. La primera obra basada en la tradición popular española, la compuso Ramón de la Cruz, con música de Rodríguez de Hita, se estrenó en 1768 y se titulaba “Las segadoras de Vallecas”.

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Para entendernos, ir hoy en día a un concierto de Malú, One Direction o Rolling Stones, era en el siglo XIX como ir a la Ópera, y en el caso del mundo hispánico, a la Zarzuela. Los éxitos de  Mozart en tiempos de Carlos III despertaban una “envidia sana” en este monarca y le excitaba la idea de que en España surgiera otro compositor a la misma altura. Pero el máximo auge de la Zarzuela no sucedería hasta casi la primera mitad del siglo XIX a manos de los compositores Francisco Barbieri y Emilio Arrieta, cuyos “cuplés” se convertían en canciones que se cantaban en las calles popularmente. En esa época también despuntaba la “zarzuela cubana”, con nuevos elementos, no sólo en las historias, en ese caso temas coloniales y con mulatos y mulatas de protagonistas, sino que ya se adivinaba un nuevo “aire musical”, otro acento que enriquecía el repertorio. En Filipinas surgiría a finales de ese siglo la Sarswela.

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A mediados del siglo XIX el “género chico” se entendía como una zarzuela de un solo acto. Cuando se constituía en dos o más actos se consideraba “Zarzuela grande”. Esta diferenciación ha servido muchas veces para “desprestigiar” a la Zarzuela respecto a la Ópera europea, algo que siempre nos ha perseguido, como la “leyenda negra” que sufrimos durante siglos a todo lo relacionado con lo hispánico y que quedan reminiscencias hasta en el mismo himno nacional holandés, algo vergonzoso para un socio comunitario. Compositores de talla convirtieron la Zarzuela en un espectáculo multitudinario en todo el ámbito latinoamericano y en las rutas comerciales tradicionales de África y Asia del ya desaparecido Imperio Español. Federico Chueca, Fernández Caballero, Tomás Bretón y Ruperto Chapí se sumaban a los anteriores, creando magníficas obras que se interpretaban en los teatros de medio mundo.

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En el mundo de la música existen momentos “cruciales” donde un creador realiza su Obra Maestra y casi pone su punto final o sin el “casi”. Resulta una obra tan al límite del buen gusto que pone en duda la continuidad del estilo mismo. Un ejemplo: “Thriller” de Michael Jackson, se puede considerar como la Obra Maestra de la música pop, poniendo en duda hasta la continuidad de su mismo Autor, pues es un trabajo completo e insuperable. De hecho, reconoció en su día que componer algo en esa línea resultaba inimaginable. Nada más publicarse, otros estilos se abrirían paso a partir del año siguiente (1983): los primeros conatos de hip hop y la música electrónica. Los estilos no mueren, se convierten en clásicos.

Si existe algo similar en la zarzuela al ejemplo anterior no es otro que el maestro alicantino (de Villena) Ruperto Chapí con su obra “La Revoltosa”. Creo que no hay nada más español ni más completo en este estilo que esta obra cumbre. Si “La Verbena de la Paloma” (1894) de Tomás Bretón se tiene como referente musical de la Zarzuela, Chapí se acerca a la perfección del género con su obra maestra. Estrenada 3 años después, en 1897, la puesta en escena conecta de tal manera con el público que genera una verdadera pasión, como le ocurre a las quinceañeras hoy en día con los Auryn, por ejemplo.

Con esta obra se cierra el siglo XIX y quizás el género y el estilo, pues pasa a convertirse en clásico. Poco más de dos décadas después los teatros cambiarían sus preferencias. Tras Chapí surgirían buenos compositores, apareciendo hasta antes de la Guerra Civil interesantes obras, pero ya no era lo mismo, el público seguía tarareando los estribillos de “La Revoltosa”, como queriendo dar paso a los intérpretes solistas y con una música similar, nacía la “canción ligera” como música preferente.

Toni Ferrando.

 

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