El Hombre de Mungo son los restos de Homo Sapiens más antiguos encontrados en Oceanía. Se hallaron en el año 1969 en un lago de mismo nombre en Nueva Gales del Sur, Australia, y están datados entre los 40.000 y 60.000 años de antigüedad (más probable la primera cifra que la segunda). Cómo me encanta la controversia entre los investigadores anglo-sajones y la Ciencia española, me gustaría analizar las hipótesis que se mantienen sobre este “primer australiano”, hipótesis unas cargadas de comprobaciones técnicas y pura observación “comparativa”, y otras más “razonadas” con el sentido común, algo que muchas veces “se olvida” por puras razones de prestigio y de no querer rectificar lo mantenido como cierto académicamente.

Los restos en el Lago Mungo dieron como resultado huesos de tres esqueletos hallados en distintos lugares y uno de ellos con signos de haber sido incinerado, el M1, así que son los más antiguos enterramientos encontrados en el mundo que hayan sufrido un crematorio. Este esqueleto se halló en el año 1969  y si su datación de 68.000 años de antigüedad fuese correcta, sin duda serían los restos incinerados más antiguos encontrados. Los otros dos restos de esqueletos fueron encontrados cinco años después. Los trabajos más importantes sobre sus características anatómicas los encontramos en libros de J. M. Bowler y H. Allen (revista Nature 240 publicado en 1972), además de los trabajos posteriores realizados en la Universidad de Nueva Inglaterra ya en nuestro siglo.

Con la hipótesis dada como cierta de su aproximada edad, se trataba sin duda de los homo sapiens sapiens más alejados de África, según se ha demostrado en los laboratorios genéticos, pues en su ADN mitocondrial no se han detectado alteraciones significativas. Se rompían así barreras, como las temporales para las emigraciones africanas, que se suponían con anterioridad a no más de 20.000 años de antigüedad. Así que sea su origen de donde sea, los antepasados del Hombre de Mungo son genéticamente idénticos a éste y los australianos actuales descienden de estos parientes enterrados y sus congéneres, por eso, los aborígenes nativos australianos poseen todavía el ADN más puro (y primitivo) de la especie humana fuera de África, pues nunca se mezclaron con alguna comunidad distante.

Pero la Antropología y la ciencia forense española están rebatiendo todas las hipótesis que se tienen como ciertas académicamente en estos últimos tiempos. Según pruebas dentales, no está tan claro que las “subespecies” asiáticas ni europeas provengan de África directamente, sino que son un producto de mezclas, y si son un producto de mezclas, ya no tiene porqué establecerse que el lugar de origen sea África, pues los cambios genéticos nos indican que son distintos. Según Jorge María Ribero Meneses, La diferencia morfológica entre la especie humana nos indica claramente, y con sentido común, qué subespecies provienen de África directamente y quién no. Un aborigen australiano se parece obviamente más a un negro africano que a un japonés (más cercano espacialmente), del mismo modo que un español tampoco guarda demasiado parecido morfológico con un negro africano. Luego, y estoy de acuerdo con esta apreciación, no está tan clara la teoría africanista de nuestro origen, ni que Humbolt tratase de forma racista el tema de nuestra existencia.

Lo que veo muy claro es que, en este tema, la Ciencia se ha corrompido a la hora de sus conclusiones «oficiales», dirigidos por una Sociedad que ya no admite ninguna teoría ni pruebas que intenten “diferenciarnos” entre nosotros los seres humanos, aunque ya existen pruebas al respecto que nos sugieren una gran mezcla con los Neandertales, y que existieron homo sapiens con más contacto que otros con ellos, más que probable sea éste el origen de las razas o etnias humanas. Incluso que existiesen otras subespecies que no dejaron rastro, como las tres especies humanas halladas recientemente al Oeste del continente africano. Pero lo observado con objetividad y con sentido común choca contra la barrera política, la que dicta que lo correcto es buscar lazos de semejanza y no diferenciadores, motivo por el que la teoría africanista le viene que fenomenal a la ONU, pues ha “cultivado” la idea, al menos desde los años 70s, de que son ciertas e irrefutables cualquier teoría que comparta las directrices de los hallazgos en 1952 en Tanzania, donde se supone que se encontraron los restos humanos más antiguos. Pero uno a uno, ningún resto cumple la datación efectuada en aquellos tiempos. Las pruebas actuales indican que ningún resto africano superan los 60.000 a 72.000 años (el más antiguo se dató erróneamente en 160.000), algo que no concuerda con el Hombre de Mungo, pues si tuviese 68.000 años y los restos de Israel superan los 80.000 años de antigüedad, racialmente distintos, tanto su cráneo como culturalmente, por el tipo de enterramientos encontrados, ¿cuántos cabos sueltos tenemos que unir para encontrar la verdad?

Aunque no estoy de acuerdo con todas las conclusiones tras los estudios realizados por Jorge María Ribero (por ejemplo el tamaño de un cerebro no determina si es más imbécil que otro de tamaño inferior), si comparto sus dudas en contra de lo establecido académicamente, como si este fuese un libro sagrado e inviolable. La Teoría de Darwin posee demasiadas excepciones para que sea algo más que eso, otra teoría, como puede serlo el libro del Génesis. Para este experto Cantabria es la cuna de la Civilización humana, yendo incluso más lejos al afirmar que sus cerebros catalogados también determinan un origen prehistórico cántabro de la especie humana, muy anterior a los hallazgos de Atapuerca con 800.000 años allí registrados. Pruebas, como la de que el mismísimo faraón Tutankamon y su familia real son genéticamente idénticos al genoma cántabro (sin pruebas demostradas sino que fue una filtración salida del Museo de El Cairo), avalan lo pequeño de nuestro mundo, y que su centro pudiese haber estado en la Península Ibérica.

Cuatro esqueletos hallados no nos pueden marcar 300.000 años de existencia del Homo Sapiens, como tampoco un cráneo gigante hallado en un acantilado de Cantabria nos puede confirmar la teoría de que nuestra especie proviene de seres iguales a nosotros, españoles y de hace 250 millones de años. No nos queda otro remedio que seguir buscando, seguir estudiando restos como el Hombre de Mungo e ir clasificándolos, pero sin aventurarse a teorizar a la ligera, como han hecho los expertos anglo-sajones. Se debe comprender como una cadena rota en miles de eslabones, de la cual nos faltan muchos para reconstruirla.

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