En todos los municipios de España donde Podemos (con o sin socios) ha conseguido el sillón de la Alcaldía, se están modificando numerosos nombres de calles. Sólo en Madrid, la alcaldesa Carmena tiene previsto cambiar entre 27 y 30 placas, pero también en Logroño, Alicante, Santurtzi, A Coruña, etc, se han modificado o se realizará en breve dicho cambio, de al menos 7 calles por población, algo mucho más importante que resolver los problemas económicos que están deteriorando la Sanidad, la higiene de las mismas calles, las obras públicas detenidas desde hace casi una década, los problemas de la circulación del tráfico rodado (que si no recuerdo mal, criticaban encarecidamente a anteriores Partidos por el abuso de las zonas azules), la apertura de más comedores sociales, etc.

Los políticos son así: desvían los problemas abriendo frentes “insípidos” como la “memoria histórica”, gastan unos recursos municipales inexistentes, pues las arcas están vacías, simplemente por “marear la perdiz”, por demostrar que sus ideales siguen sólidos, amparando en las filas de este nuevo Partido a los más diversos individuos henchidos de un rencor pasado ya de moda («el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra»). Este acto, en mi opinión, sólo demuestra la impotencia del “perdedor”, que incapaz de “echar mano” a las riquezas de otros tiempos pasados (cuando el Estado poseía más de 200 poderosas empresas nacionales), patalea rabioso y escarba para provocar una reacción desencadenante. Porque ¿a quién le importa a estas horas de la noche si un arquitecto o un médico era franquista? Desde luego a los vecinos de las calles modificadas si, que son los que sufrirán las molestias del cambio.

Puestos a cambiar, sugiero que se cambien los nombres de las calles donde figuren personalidades de cualquier tendencia política, así con la entrada de nuevos funcionarios en los consistorios, ya no se solicitarán modificaciones. También sería conveniente retirar de las calles todos los nombres que tengan que ver con nuestra historia religiosa, porque se discrimina a ateos, gnósticos y a personas que profesan religiones distintas a la cristiana. Tampoco veo de buen gusto situar en lo alto de la fachada a militares de cualquier época, ni a inventores que hayan construido aparatos utilizados para matar. Los intelectuales de cualquier rama artística tampoco los veo demasiado bien, pues todos se han “casado” con alguna tendencia política, sean literatos, músicos o pintores. Seguro que muchas personas se sienten incómodas viviendo en la calle del reaccionario Blasco Ibáñez o del poeta Rafael Alberti. Todos los días se observan tumultos en dichas calles ocasionados por los partidarios de unos y de otros…

En fin, me encantan las grandes ciudades porque les ponen nombres de constelaciones a las calles, pero seguro que alguien se siente ofendido porque las confunde con el horóscopo chino. No me gusta “imitar” a nadie, pero para terminar con este absurdo sinsentido, sugiero que numeremos las calles, resulta de lo más práctico y nos situamos espacialmente en los callejeros sin tener que echar mano del Google Maps o del Tom Tom. Por otra parte, la Historia es algo que no debemos olvidar, tenga el «color» que tenga, aunque retiremos monumentos o nombres de calles. Los políticos intentan modificar la Historia, procuran que se adapte a sus intereses. Como aficionado a la Historia, opino que se debería pedir Responsabilidad (incluso Penal) a todo político que tergiverse, manipule directamente o a través de profesionales, los acontecimientos históricos de un municipio, de una región o de España, por supuesto, como delito que no transcriba.

Me consta que en muchos de los casos el cambio ha sido «aplazado» judicialmente, siendo una manera lógica de parar los pies a este desmán del callejero por parte de los políticos. Si no se «racionaliza» esta práctica, nos veríamos abocados al cambio del nombre de las calles cada cambio de legislatura, llegando a un sin sentido absurdo. Ya se cambiaron practicamente todos los nombres que daban alusión al Franquismo cuando la Transición, así que si queda algún resquicio, no creo que suponga mayor problema mantenerlo, pues queramos o no, forma parte de nuestra memoria histórica.

César Metonio

 

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