En la Semana Negra de Gijón  de este año, celebrada en julio, se presentó la última novela de Rafael Marín, escritor gaditano de cultura tan amplia y cosmopolita como lo es la temática de sus novelas. La novela presentada es “Don Juan» (Editorial Dolmen, Primera edición 2017, Colección Narrativas Históricas) sobre el personaje arquetípico de nuestra literatura.

Más allá de géneros y estilos se puede decir que Marín escribe los libros que le gustaría leer. Muchas han sido las versiones e interpretaciones del mito, que superando las fronteras del idioma, ha sido abordado por grandes como Molière, Mozart o incluso, en un delicioso cuento, por el checo Karel Kapek. La novela de Marín es deudora de los clásicos, no se nos presenta al caballero como un  hombre dudoso de su condición sexual como sostenía Marañón ni un impotente como especulaba Kapek, don Juan en las manos de Marín revive como un aventurero total, defensor del imperio de Carlos, en todos los frentes de batalla, espía en Londres, en Venecia, saqueador de Roma, héroe romántico en Constantinopla al rescate de una damisela, prófugo en el desierto, y siempre capitán de los Tercios españoles y burlador de las mujeres.

Hay muchos donjuanes en la novela Don Juan de Rafael Marín, y es que, cinco años de trabajo, una extensa bibliografía consultada y mil páginas escritas (1400 páginas en el manuscrito del autor, lo que la convierte en una novela universo como el Tirante) dan para mucho. Asistimos en la novela al adolescente casi niño que descubre la pasión, al adulto descreído de la fe y del amor, y al anciano que con poco más de cincuenta años encuentra consuelo en una taberna de veteranos de los tercios. Vemos desfilar por las páginas al hombre de acción, nobleza con un punto de golfería (no hay otra palabra para quien seduce novicias y novias haciéndose pasar por quien no es), que apela al honor pero hace de sobrevivir su razón de ser, vemos también al vanidoso que se bate en duelos innecesarios por motivos tan nimios como su fama….. Hay, sin duda, muchos donjuanes en esta novela universo, pero todos ellos son a la postre facetas de un mismo personaje, tan contradictorio como su sentido de la decencia.

La novela de Rafael Marín, extensa, apasionante, mantiene la estructura de toda autobiografía, por ello mantiene siempre el carácter empírico de la vida humana: hechos, reflexiones y más hechos y más reflexiones, siempre para dar razón y cuenta de la vida propia, la razón vital de Ortega hecha literatura. No hay un final moralizante ni una conclusión clara más allá de la autoconciencia de ser un mito ya en vida, si bien sí se aprecia un circulo que se abre y se cierra en Sevilla: si el despertar del personaje comienza con la muerte de una inocente condenada por brujería, acaba con la huida y salvación de una muchacha a la que le aguardaba el mismo destino. Pero no es el fanatismo  ni la lucha contra este lo que narra el libro, no son los poderosos sino las pasiones humanas, los celos y las envidias lo que marcan las horas del día. Don Juan no es un mero epicúreo frente al dogma y la cerrazón. Don Juan no es sólo amante del buen vivir y del placer de los sentidos, sino que acepta los riesgos aun a costa de pasar penurias, sufrir esclavitud, y perder a los amigos, y si  bien no se resigna a ello sí se adapta para sobrevivir. En las páginas del libro el personaje trasciende el arquetipo, se hace humano y vibrante.


Hay una virtud añadida en el libro, y es permitir entender, contemplar, una parte de nuestra historia, la más luminosa, aquella en que fuimos sostén de un imperio, haciendo nuestras las cargas y el honor del rey Carlos. Los servicios que presta don Juan como soldado o como espía, siempre como valedor del rey emperador explican narrativamente que viaje a diversas cortes, ciudades y países y tome parte en las principales batallas de la época. La adhesión de don Juan al emperador no parece sin embargo suficientemente justificada en un casi nihilista y escéptico personaje como el que describe Marín. Se dice que el emperador es el único hombre al que don Juan ha sido fiel, pero nada hay en el emperador que parezca justificar esa fidelidad, ni siquiera su carisma como soldado o rey. Es sólo un hombre como cualquier otro pero responsable de guerras y muertes, y como dice el protagonista: quizá todas las guerras no sean la misma pero todos los muertos se parecen. Puede que la explicación a este ardor del súbdito por su soberano sea más sencilla, pues, aunque el autor no lo mencione, a don Juan siempre acompaña el recuerdo de su hermano muerto en una guerra al servicio del rey extranjero, quizás la adhesión ciega e incondicional al Emperador obedezca al deseo de que aquella muerte, que tanto marcó la derrota de su vida, no fuera a la postre en vano.

Sin embargo, no todo son luces en la novela, una sombra oscurece la novela, y es el papel de la mujer en la novela. Julián Marías escribió que cuando discutía con Ortega y Gasset sobre la amistad entre hombre mujer, amistad entre iguales pero diferentes, Ortega, tan sutil y fino para tantas cosas, no parecía entender que esta fuera posible hasta que ambos llegaron a la conclusión de que quizá fuera una cuestión generacional y de educación. Ortega no estaba vitalmente preparado para una amistad con el género femenino y Marías no podía, por contra, entender la vida sin ese componente de amistad sexuado pero alejado de lo primariamente sexual. Hay algo de eso en don Juan, las mujeres de la novela no están a la altura del resto del relato, ni menos aun de los personajes masculinos de la obra. Las mujeres se muestran, cierto, como seres carnales, con necesidades, deseos no satisfechos y un derecho a disfrutar de su cuerpo al igual que los hombres, y don Juan se atribuye el papel de maestro de todas, desde su vanidad, como compañero y guía en ese trayecto liberalizador, pero la relación del personaje con las mujeres es limitado, casi instrumental de su propio placer.

La mentalidad «MacMundo» que hoy impera, simplificadora, emasculante, y negadora de la pluralidad de perspectivas no está hoy preparada para esa visión de las mujeres, y de tener éxito la novela, lo políticamente correcto será su principal detractor, de forma en todo caso injusta. Es cierto que salvo la reina Catalina de Aragón, retratada con gran respeto y rigor, y una cierta adorable  pelirroja peleona, de historia oscura y origen casi «hibóreo», el resto de mujeres que nos muestra Marín (que nos relata don Juan en realidad) son seres en cierto sentido primarios, demasiado apegados a esa carnalidad mencionada, lo mismo la campesina que la dama de la corte, y la joven que la madura. En ocasiones, viven la sexualidad como un modo de vida, en algún caso se convierte en obsesión, pero, quitando a las feas que para don Juan carecen de relevancia en su vida, salvo como brujas, curanderas o envenenadoras, su papel en el relato es limitado. Y aunque son el objeto de admiración del protagonista su poca entidad como personajes más allá de su condición de mujer, y por tanto dadoras y receptoras de placer, se muestra en que incluso se confunden en la memoria de don Juan como si fueran una sola. No sé si el lector mujer o el políticamente correcto se sentirán cómodos con esta novela en este aspecto, pero es lo que tiene el estar escrita en primera persona, contada por un sinvergüenza como es, y siempre ha sido, el personaje de don Juan. La novela de gran rigor histórico en cuanto a los hechos y descripciones, al estar narrada desde el punto de vista subjetivo del personaje, no deja de ser la peculiar y personal perspectiva de alguien que las más de las veces «necesita» mantener relaciones con varias mujeres en una misma noche. Patología que hoy tiene un nombre clínico. Aceptemos, por tanto, que la novela es la novela de don Juan, con sus luces y sus sombras, y no confundamos la perspectiva del personaje, ejemplarmente plasmada por el autor, con nuestras propias concepciones de la vida.


Con todo la novela trasciende al personaje, es una invitación al placer de la lectura, con frases brillantes, reflexiones constantes sobre el poder y la vida, y con un tono musical, casi poético que le dota de un ritmo que mece como una barca y facilita la lectura de esta odisea, pues eso es en realidad: un viaje iniciático primero y de vuelta después (pues toda odisea es siempre un viaje de retorno).  Los personajes secundarios son igualmente excelentes: escuderos, poetas, compañeros de armas….  merecedores cada uno de su propia novela, realidad y ficción se entremezclan, con diversos guiños al universo de lecturas del autor. Los momentos de acción, sin duda los mejores, son trepidantes, vemos a don Juan en tantos escenarios y en todos destacando que el siglo XVI, que disputa el protagonismo al burlador, se muestra como en un documental de sus diferentes geografías, realidades, grandezas y miserias.


Lo cierto es que el libro termina con una lección y una promesa de futuro. la lección final de la novela no es el carpe diem del que hace gala el protagonista, sino la realidad incuestionable de que donde don Juan, que nunca formó una familia ni conoce el calor del hogar ni el amor de la familia, sólo será feliz en esa taberna Del Laurel que recibe el nombre  de la compañía de soldados que comandó, punto de encuentro de quienes compartieron  experiencias  y que perdieron en sus gestas mucho más de lo que ganaron. La promesa de futuro es que casi flotando en el aire queda, quizá, el anhelo del autor por contar aventuras del Nuevo Mundo, un territorio abierto a las aventuras por explorar y por conquistar que solo el capricho de un caballo impidió que fuera el mundo de don Juan.

Joaquín Rodríguez

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