Hay libros sencillos y libros complejos, libros que interesan y otros que quizá no. C.S. Lewis incluso llegó a proponer distinguir los libros buenos de los malos por la forma en que eran leídos….. Lo cierto es que Lewis no estaba tan alejado de la realidad porque en ocasiones, según el lector al que se dirija y dejando las de ficción al margen, una obra puede ser técnica, divulgativa, o participar de ambas calidades. Diferente será en cada caso el lenguaje y distintos el armazón y su estructura. Hace poco he terminado un libro de historia, técnico pero con vocación y estilo divulgador. El libro del que hablo se titula “Muchamiel, Muchamel, Mutxamel” de don José Soler Pastor; trata de la historia hasta la edad contemporánea de esa localidad cuyo nombre en tres lenguas, castellano, latín y valenciano, le da título.

Esta es obra técnica porque está escrita por un historiador con título académico, y sobre todo con una vida de investigador a sus espaldas y es divulgadora porque fue pensada para sus vecinos, y que fueran estos, aunque no solo ellos, sus destinatarios. No sé si la Historia es ciencia o eso que se llama un saber. Cuando estudiaba filosofía del Derecho, el catedrático solía matizar que la nuestra no era ciencia sino tecnología: una técnica que bebía de otros saberes científicos, como la criminología, la sociología, etc. En el caso de la Historia, su objeto es único e irrepetible: los acaeceres humanos tal y como sucedieron, sin adornos, sin falsedades… Este es un libro científico en el pleno sentido popperiano. Si Karl Popper consideraba que la falsabilidad era una nota que caracteriza la verdadera ciencia y matizaba que “el espíritu de la ciencia es el espíritu de Sócrates: solo sé que no sé nada”, este libro cumple plenamente ese criterio. El autor don José Soler Pastor, maestro, historiador, doctorando y Juez de Paz (por tanto “hombre bueno” reconocido así por sus conciudadanos) ha escrito una crónica con absoluto respeto a los datos y con la irrenunciable premisa de que la aparición de un nuevo documento puede y debe invitar a replantear los hechos. En este sentido el libro es ejemplo de rigor y vocación de humildad intelectual. Nada se impone, nada se da por supuesto, todo se razona y, cuando se puede, se documenta y se invita a indagar.

El libro, primorosamente editado, pudo ser tesis doctoral y así lo reconoce el autor, pero otra fue la vocación final de este al destinarlo, primeramente, a sus vecinos para que conocieran mejor sus raíces y su historia. Lejos de pretender ser obra principalmente académica que reposara en los estantes de un departamento universitario, nació para caminar a la luz del sol y poder entrar en los domicilios de los muchameleros, los de siempre y los nuevos. Conocer es amar, y acercarse a lo más cercano sin apriorismos y sin petulancia, es acercarse paradójicamente a lo universal.

La historia que cuenta el libro es la de una localidad surgida en el siglo XIII en tiempos convulsos. Junto al autor uno revive la gesta de aquellos cristianos que se asentaron en una huerta recién conquistada, rodeados de personas de diferente religión, la musulmana, que poco después se amotinaron. El autor razona que Muchamiel no es la evolución de una localidad preexistente árabe sino una nueva surgida por la necesidad de los colonos cristianos de vivir cerca unos de otros en territorio hostil. Lo que inicialmente sería una calle de Alicante (“lo carrer Muchamel”) crecería y con los siglos protagonizaría diferentes segregaciones de la ciudad de Alicante.  Respecto al nombre de la localidad, una vez descartada por expertos autorizados su etimología árabe, el autor razona un probable origen castellano que solo posteriormente sería valencianizado acogiendo su forma latina con el cambio de soberanía en el siglo XIV.

Junto al contenido, la estructura del libro es sin duda un acierto, pues permite una lectura continuada y coherente y a la vez sirve de manual de consulta al que volver; en este sentido el autor no teme  reiterar datos y reflexiones en diferentes epígrafes con objeto de condensar bajo cada uno la información de que dispone, bien sea de un rey, de un periodo de tiempo, o de una obra de ingeniería como fue la construcción del Pantano de Tibi.

Hay en el libro imágenes extraídas de los documentos con una poderosa fuerza visual, que nos permiten contemplar el pasado sin faltar a la verdad, y sin necesidad de “recrearlo” en la ficción. Asistimos a las guerras entre Castilla y Aragón, a las diferentes oleadas de pobladores, la pervivencia en la continuidad de los apellidos de diferentes linajes oriundos de los diversos reino, a la indignación por los abusos caciquiles de los Berenguers en el siglo XVII y los Riera en el XVIII, sentimos el terror de los condenados a muerte limpiando los posos del pantano con la promesa de libertad si sobrevivían y vemos sus cuerpos destrozados por la corriente del agua cuando esta se abre paso con la previsible violencia.

Leer el libro es aprender a apreciar la diversidad de esta tierra, que no se entiende aislada de su entorno, ni de la huerta en que se enclava, ni del rio que la provee, ni de la ciudad de la que surgió como lugar, ni de los diferentes reinos, linajes y culturas que la conformaron. Rincones y calles cobran nuevo sentido cuando conoces sus pormenores: he aquí la calle Acequia quizá las más antigua del lugar, allí el cruce de brazales en el Aljuser, hoy Alluser, cerca el Ravalet con su origen mudéjar, y más allá las fincas, molinos, azudes y casas señoriales que jalonan su término…. Decía Ortega que cuando lees el Cantar del Mío Cid parece que tu peso se incrementa porque has interiorizado su gravedad y su riqueza, algo parecido pasa con el conocimiento de la historia: enriquece la mirada y la perspectiva.

Solo cabe agradecer al autor el gesto de escribir esta obra, y editarla para compartirla arrojando luz al pasado que por definición es el tiempo que camina hacia al olvido, y contra ese olvido se alzan la historia y sus investigadores, porque la historia es la que es y solo la mentira se inventa; esta premisa es la que rige el libro y que el autor hace suya.»

Joaquín Rodríguez

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