Todas las penúltimas semanas del mes de junio ocurre un fenómeno físico que se repite: el solsticio de verano, que suele coincidir en fecha del 21 de junio, y el Sol pasa por el Trópico de Cáncer por el hemisferio norte y por el trópico de Capricornio por el hemisferio sur sobre el 21 de diciembre. Este acontecimiento marca el principio del verano y desde tiempos prehistóricos se ha notado una mayor cantidad de horas de luz, convirtiéndose en el día del año más largo. Las variaciones en el calendario (casi siempre erróneas) ha trasladado la fecha unos días antes o después, dependiendo de los cálculos que se han efectuado en cada época histórica, por eso, las celebraciones también varían dependiendo a qué época se remonta cada tradición.

Nos consta, según los restos arqueológicos, que en tiempos prehistóricos la observación de los fenómenos cósmicos resultaban determinantes e incluso marcaban el estilo de vida de numerosas culturas y grandes civilizaciones. La celebración del solsticio de verano ya la encontramos descrita en estelas y grabados en relieves del Antiguo Egipto, con más de 3.500 años de antigüedad. Sin duda esta fecha ha estado siempre relacionada con las cosechas. Cuando llegan los romanos al Levante Español, al menos dos siglos antes de Cristo, encuentran tradiciones dedicadas a este fenómeno. Los grandes autores clásicos latinos e historiadores como Plinio el Viejo y el griego Estrabón, dejan constancia de las costumbres ibéricas de encender fogatas en dicho solsticio de verano, comparable a nuestra actual celebración del Nuevo Año, momento en que se queman las malas experiencias, a los malos espíritus, lo viejo, para dar paso a nuevas esperanzas, purificándose en el fuego que alarga la luz diurna más duradera del año.

Esta costumbre ancestral se ha mantenido en numerosos lugares del mundo. Cada cultura la ha ido adaptando a sus tradiciones religiosas o cívicas y también se ha querido suprimir por nuevos conceptos filosóficos o religiosos, pero queda constancia de su gran raigambre en el pueblo llano, casi inamovible en sitios concretos, muchas veces trasladada a otras fechas del calendario para adaptarla a los nuevos tiempos. En España se “decidió” que coincidiera con el santo Juan el Bautista y la mayoría de localidades encienden sus fogatas la noche entre el 23 y 24 de junio, misma fecha que adaptaron el resto de europeos su “Litha” o “Wicca”, el solsticio de verano.

En la ciudad de Alicante la costumbre está también muy ligada al mundo del campo. Los agricultores celebraban entre el 20 y el 21 de junio la “gran cosecha”, con fiestas y acciones de gracias, protagonizado siempre por las grandes fogatas y apareciendo ya en el siglo XVIII casi todos los detalles que configuran la actual Fiesta Mayor. La gran popularidad y los excesos de los fuegos en el casco urbano, restringió ya en el siglo XIX su número, e incluso se prohibió durante un largo periodo prender fuegos en zonas urbanizadas, detalle que desplazaría las celebraciones a la Playa del Postiguet y aledañas o en lugares concretos de la periferia (actual barrio de San Gabriel por ejemplo). Una de las canciones típicas más populares de la Comunidad Valenciana, sin duda compuesta a finales de este siglo, “La Manta al Coll”, hace referencia clara a este “obligado” traslado de las celebraciones. La SGAE otorga los derechos de la letra al compositor alicantino José Arques Llorens, y de la música a Manuel García Ortiz, algo que situaría esta popular canción en la segunda mitad del siglo XX, pero realmente estos autores lo que realizaron fue el arreglo definitivo de una canción ya popular (mi abuela la cantaba en su juventud y nació en 1899), dándole la forma que conocemos, pues no se conoce su partitura original, si es que la tuvo alguna vez.

En el año 1881, quizás llevados por un despiste (no se publicó el bando para prohibir hacer fuegos), quizás porque su alcalde en realidad quería disfrutar de una Fiesta en las calles de nuevo, los vecinos plantaron hogueras y celebraron San Juan como antes de las prohibiciones. Este “despiste municipal” se puede considerar como el punto de inflexión y que configura la forma actual de celebrar “Les Fogueres de Sant Joan”, donde sólo los hechos de la Guerra Civil fueron capaces de suprimirlas por algunos años. En la primera década de los años 1920 los monumentos fogueriles son de gran belleza plástica y tamaño, quedando constancia de obras en numerosas fotografías de la época. Es también a finales del siglo XIX cuando se estructura la Fiesta en distintos días dedicados a actividades religiosas y lúdicas concretas, estableciéndose definitivamente la noche del día 24 de junio como culminación de los actos con la Cremá de los monumentos. Durante el siglo XX surgió una pequeña disputa entre las regiones que consideraban la noche del 23 como la correcta para la quema. Ante vanas negociaciones, cada localidad se ha adaptado a su gana y comprensión a este respecto.

Existe una polémica siempre servida “en caliente” sobre las diferencias entre Les Falles de Valéncia y Les Fogueres de Sant Joan. Antes que nada tenemos que admitir la continua “alimentación” cultural que existe en la Comunidad Valenciana desde los tiempos más remotos. Los fenómenos populares no se inventan en un momento dado, más bien evolucionan influenciados por numerosos factores. En Alicante se inventan aportaciones que luego se comparten en Valencia y viceversa. Los monumentos surgen en cada capital y en las localidades con un sentido concreto, pero también los artistas trabajan por toda la Comunidad Valenciana, hecho que nos hace confundir a los profanos de cada Fiesta en particular. De la antigüedad de las fiestas en Alicante se tiene constancia solamente por el detalle de que en la ciudad de Orán, protectorado dependiente de esta ciudad cuando era española, también celebran sus Fogueres, cuando hace ya más de dos siglos que se desvinculó del territorio nacional.

Por ser las más multitudinarias, os voy a comentar lo más destacado de las diferencias entre las capitales. Aspecto estético de los monumentos, la música y detalles de las vestimentas, son las principales, pero existen otras que el profano sencillamente no contempla. Hablar de antigüedad, ambas Fiestas, en su concepto moderno, se perfilan durante el siglo XIX. Porqué en Valencia y otras localidades trasladan la costumbre del ancestral rito pagano del solsticio de verano a San José (primavera) o a San Antón (invierno), no tiene una explicación concreta, pues se sabe que cualquier celebración se acostumbraba a “alumbrar” con grandes fogatas durante toda nuestra historia. Tiene la misma explicación que el “amor por la pólvora”, son costumbres que permanecen y magnifican, relegando a otras a un segundo plano porque al pueblo le gustan más.

Lo que si me parece más claro, y esto es una opinión personal, es que la prohibición de los Borbones y de Carlos III en particular, “orienta” las fiestas que se celebran en el Antiguo Reino de Valencia dirigiéndolas hacia la música en menoscabo de la pólvora, prohibida en los núcleos urbanos. A partir de 1780 surge en todo el territorio una gran cantidad de intérpretes y compositores provocando el nacimiento del Pasodoble Valenciano y un riquísimo repertorio musical, tanto popular como profesional. En este sentido, el aumento ha sido siempre exponencial en cantidad y calidad, siendo una de las comunidades (si no la más) con mayor número de bandas de música profesionales del mundo, con más de 2.000 registradas. Pasodobles alicantinos, dirigidos a les Fogueres o a las Fiestas de Moros y Cristianos, se cuentan por centenares, del mismo modo que pasodobles valencianos y castellonenses nutren el repertorio en cantidades similares. Durante el siglo XIX se compondrán piezas específicas para cada pasacalle, himnos o canciones populares llevadas al pentagrama, en un fenómeno opuesto a los monumentos, pues a medida que retrocedemos en el tiempo, se pueden observar muy claras las tendencias diferenciadas en cada capital, pero que se van unificando a medida que transcurre el tiempo, pareciéndose más ahora entre ellas que hace un siglo. Por ejemplo, en Alicante se solía construir monumentos que representaban lugares concretos en madera, edificios o lugares emblemáticos de líneas rectas predominando sobre el arco y la esfera, que era en cambio lo más elegido por los valencianos. Existe una buena colección de fotografías antiguas que lo demuestran. El “ninot” en Alicante lo podía representar un objeto, cuando en Valencia solía ser, y sigue siendo, la figura humana en general, al más puro estilo figurativo. En ambas ciudades las tendencias y mensajes han ido evolucionando, como cualquier moda, aunque todavía podemos apreciar los estilos diferenciados de cada capital. La parodia, burla o crítica social incluida en los monumentos también ha mantenido siempre grandes diferencias de un lugar a otro, pero en los últimos tiempos se concentra especialmente en los medios, sobre todo en el televisivo (socio-politica) y en el mundo de la moda en general, premiándose ahora la imagen más realista, cuando antes se premiaba a la más “artística” y original. En este aspecto, Alicante puede asegurar una mayor antigüedad tanto en su cartelería “mordaz” que acompaña a cada monumento, como en las líneas más verticales y en Valencia sigue predominando la figura esférica sobre la rectilínea. Pero hay que reconocer que cada año son mayores las similitudes que las diferencias entre ambos estilos monumentales, por el motivo del que hablaba en un principio: la cultura valenciana se «autoalimenta» y evoluciona en conjunto continuamente. Una fecha clave para las Fiestas de Alicante parece ser el año 1928, fecha donde se consolida definitivamente.

Resulta la vestimenta el más visible rasgo diferenciador de ambas capitales. El traje alicantino es reconocible por una mayor cantidad de tejido en color negro (y faldas de colores estampados), tanto en hombres como en mujeres, siendo la seda blanca predominante en el traje valenciano, con tocados y adornos en la cabeza bastante diferentes a simple vista. No es de extrañar que los visitantes confundan en este sentido el traje regional valenciano, pero con un simple ejercicio de observación, caerán en la cuenta. De hecho, prácticamente el traje regional en España resulta similar a simple vista, ya que todos datan de finales del XVIII, pero obviamente son muy diferentes unos de otros, aunque se compongan de las mismas piezas. Por último, las Barracas de Fiestas tienen sus rasgos particulares, aunque en Alicante son siempre al aire libre (algunas techadas) y en Valencia se pueden encontrar numerosas “casetas cerradas”, al estilo andaluz, por mera cuestión de clima.

Resumen en orden de intensidad de las diferencias:

-El traje tradicional

-Estilismo de monumentos (predomina ahora el valenciano)

-gastronomía: principalmente en Alicante predomina el consumo de la coca n´toninya y bacores, y en Valencia los bunyols de Sant Josep y l´Aigua de Valéncia (los demás platos y bebidas tradicionales son comunes en ambas ciudades)

-Pasodoble Valenciano (más popular el creado en Alicante, tipo “Paquito el Chocolatero”)

-Cartelería y crítica social (Valencia ha adoptado definitivamente el alicantino comenzado a mediados de los años 1970)

-Sentido de la Fiesta (adaptado a dos santos cristianos distintos), Valencia se aleja más del origen pagano y que estaba relacionado con la agricultura, más presente en Alicante, de “purificación”, aunque en las dos ofrezcan ofrendas florales a la Virgen.

-Iluminación y sistema de agrupación fogueril o fallera (barracas) prácticamente idéntica. En ambas Fiestas conviven la música tradicional valenciana con la contemporánea. En ambas Fiestas se pueden reunir más de 1 millón de visitantes durante la semana de celebraciones.

-Figura más importante: la Mujer.

-Antigüedad

Por la documentación encontrada, todo hace pensar que fue en la ciudad de Valencia donde se empezó la costumbre de quemar monumentos creados exprofeso en la fecha señalada, al menos desde el siglo XVIII. Pero resulta que dicha celebración está relacionada con el gremio de los carpinteros, cuyo patrón es San José. Dicho gremio se supone que fue el creador de las primeras figuras que luego se convertirían en las fallas. Ese dato nos aclara el origen aproximado de esta celebración popular, pero no nos asegura que en otros lugares del Reino de Valencia no se quemaran monumentos con anterioridad. Debemos tener en cuenta de que ya en el siglo XVI se construían carrozas para los desfiles que acababan siendo consumidas en las fogatas, tanto por San Antón como en las Hogueras de San Juan; bien documentadas, al menos desde el siglo XVII, e incluso en ciudades donde luego no arraigó la costumbre con tanto fervor, como es el caso de Alcoy (inexistente como Fiesta), Jávea, Xátiva o Castellón de la Plana. Esta quema de las carrozas seguramente dio pie a la Gran Fiesta Valenciana. Probablemente Alicante es más antigua a este respecto, pues se celebra ininterrumpidamente desde la más remota Antigüedad en una misma fecha desde siempre, pero saber con certidumbre dónde se crean los primeros monumentos y ninots ya es algo más difícil de descubrir, ni siquiera saber si en estas dos ciudades nacieron sus pioneros, aunque en ambas se configuró la actual manera de celebrarlas, inevitablemente “condenadas” a parecerse.

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