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Mel Gibson protagonizó la película ¿En qué piensan las mujeres? Estrenada en el año 2000. El actor siguió un guión escrito por un hombre y dos mujeres: Josh Goldsmith, Cathy Yuspa y Diane Drake y, si nos fijamos en las expresiones de su cara mientras interpretaba, podemos darnos cuenta de que numerosos planos muestran una risa sincera y esa mayoría de veces son sinceras precisamente porque se estaba riendo de las chorradas del argumento. Pero en muchos planos el actor pierde el hilo y muestra una risa fingida como perdida, en unos momentos donde la razón, la lógica y la experiencia de las relaciones entre los humanos, no encajan en la historia que interpretaba. Curiosamente “iniciaba” una etapa en el Cine cuando las mujeres han desbancado a los hombres en los papeles protagonistas, y la emoción ya no pasa por si el bueno terminará matando al malo o salvándose de una tragedia, sino si Amelia se casará con Susana, o si su etapa de lesbiana dará paso a la etapa hetero porque quiere tener un hijo.


Quien haya visto esta película, por cierto muy taquillera y exitosa, creo que convendrá conmigo en que es una película catalogada como de Comedia y Romance y, aunque no se diga, lo es también de Ficción, pero innumerables personas de ambos sexos se vieron reflejados, en una ficción que Sigmund Freud seguramente rompería en pedazos por su falta de humanidad. Los seres humanos no pensamos como en esa película, y mucho menos ellas, las mujeres, aunque les gustaría que así fuese. Lo malo del Cine es que repercute en la cultura y modo de pensar de las personas desde hace un siglo, y muchas modas “anti-naturales” y ficticias fueron imitadas luego de proyectarse por que el Cine las convirtió en algo, primero factible y luego “normal”.
Pongo un ejemplo: las mujeres en la Norteamérica de los años 40s no vestían pantalón, pero las películas de Hollywood hicieron creer al mundo que si, de manera que en la década siguiente, multitud de mujeres europeas y estadounidenses mayormente vistieron pantalón. A las mujeres les ha gustado más el look de los bellos vestidos con falda y tacón alto, y les sigue gustando, pero el Cine les “inculcó” otra moda, resultando confuso para ellas equipararse con los hombres en ese aspecto, pues era “anti-natural”. Las primeras mujeres con pantalones en el Cine fueron la Jane de «Tarzán de los Monos» (Maureen O´Sullivan, que además sale desnuda en 1932 y nadie terminó herido) y nuestra bailaora Carmen Amaya una década después. Las mujeres (y no los hombres) se escandalizaron por tal hecho, pero la personalidad más masculinizada y valiente de Catherine Herpburn revolucionó la estética a finales de los 50s, siendo ya “permitido” el look definitivamente, y no solamente para las campesinas norteamericanas.


Pero en el Cine está todo escrito. Del mismo modo que he realizado una retrospectiva a los años 30s/ 40s, también en esa época se estrenó una película llamada “Lo que piensan las mujeres”, dirigida por Ernst Lubitsch y protagonizada por Merle Oberon y Melvyn Douglas. Se estrenó en 1941. Comparar los lenguajes y contextos con seis décadas de diferencia es de lo más interesante. Todavía más interesante si podemos observar con objetividad un trabajo de hace dos décadas y otro con ocho de diferencia desde el presente. Con esto quiero demostrar que la ficción puede cambiar las costumbres pero éstas nunca variarán lo que realmente pensamos los humanos en materia de sexualidad.

El lenguaje y nuestra comunicación en general es sencillo y directo en cuanto a nuestras necesidades básicas, pero con la sexualidad es un mundo inescrutable, complicado y dado a numerosas malas interpretaciones, un laberinto construido totalmente por las mujeres y que los hombres nunca llegaremos a comprender. Podemos pasar por etapas de negación para el sexo pero, en general, las personas pensamos primero en esta necesidad básica, sea a solas o en compañía, por consiguiente, lo primero que pensamos ante una persona que nos atrae es en el sexo, en su sexo, y buscamos con la mirada sus partes erógenas y que nos resultan atractivas. Es inevitable y clave para la supervivencia de nuestra especie, pero nuestros rituales de apareamiento son los más ricos y variados de toda la Naturaleza. La Mujer ha llegado a tal sofisticación, que no se conforma con un hombre alto, atractivo y sano, con poder adquisitivo para mantener una futura familia, ahora busca perfiles mucho más trabajados, tanto, que cada vez más eligen personas de su mismo género, pues comparten sus mismas necesidades intelectuales y físicas. Ellas mismas han creado un laberinto tan bifurcado que no encuentran la salida. Es lo que esta película de 1941 nos cuenta.


Son las madres quienes primero educan a los hijos, así que decir que “el hombre es culpable del machismo”, me parece una gran contradicción. Con el tema de la “madurez”, resulta todavía más confuso. Realmente nunca maduramos, simplemente acumulamos experiencias y caemos siempre en los mismos errores o, al intentar evitarlos o resolverlos, cortamos por lo sano. A esta última acción la llamamos “madurez”, pero paradójicamente, acabamos solos y arrepentidos. Las personas estamos mentalmente enfermas, ya lo decían los filósofos de la Antigua Grecia y Pinel hace más de dos siglos. Nuestro estado mental normal es la inestabilidad y el desequilibrio, porque estamos sometidos a los factores externos y a un bombardeo continuo de sustancias químicas que nuestro cuerpo sintetiza para no volvernos locos cada vez que despertamos al nuevo día. No es ningún secreto que las mujeres segregan todavía más sustancias que los hombres, así que pueden pasar de una completa lucidez a la histeria en un abrir y cerrar de ojos. Ya lo apuntó en su día Freud, personaje que se atrevió por primera vez a indagar en la inescrutable psiquis de la mujer.


Realizar un guión (he escrito muchos) donde intervengan mujeres parece sencillo, pero que resulten creíbles ya es otra historia. La fórmula más satisfactoria está calcada de la realidad: poner en sus bocas aquello que quisieran decir pero que no dicen, en plan Wittgenstein. Si pones en un guión donde Ana de Armas piense: “qué bueno está este morenazo, tiene un bulto ahí abajo que me lo estrujaría”, es sin duda acertado, pero nunca sería admitido ni por ellos ni por ellas más que en una obra o película clasificada. Desde hace mucho tiempo que la llamada “sociedad”, como todo nuestro comportamiento hipócrita, retira lo sexual hasta lo más recóndito de nuestra mente. Realiza continuamente malabarismos en el lenguaje para evitar lo explícito, bromea a todas horas sobre sexualidad pero de una manera “light”, y no admite que se hable abierta y llanamente sobre el acto. Cuando eso ocurre, suele huir el oyente. Y me parece lógica la conducta. Si a todas horas pensamos en el sexo, como varias universidades nórdicas comprobaron: ellos cada 17 segundos y ellas cada minuto y medio (dudo mucho de la exactitud de los tiempos), sería el colmo que se hablara también sin descanso sobre sexo. Sería insoportable dedicar la vida a esta sola necesidad básica. Por eso me resulta algo extraño que rechacemos vergonzosamente una conversación que nos guíe a este tema, cuando no suele salir al exterior y se mantiene latente casi todo el tiempo.

Pero si analizamos correctamente vemos que cuando dije “madurez” y hablé sobre el papel de la madre en el asunto, observamos que actuamos como niños al escuchar temas sexuales, tanto en público como en pareja. Nos ruborizamos, sentimos ese mismo pudor que cuando mamá nos sorprendió desnudos o tocando los genitales a otra persona: “eso no se hace ¿no te da vergüenza?”. Sufrimos la misma carga emocional toda la vida, la misma vergüenza, y las personas que consiguen desinhibirse de dicha carga, son tratados de “raros” y pornográficos, sintiendo un rechazo “infantil” hacia ellos, incluso miedo, como en la infancia. Así que nunca maduramos en ese aspecto.


La película de Lubitsch, estrenada en 1941, es un cuento. Está considerada una obra maestra del Cine precisamente porque cualquiera puede entenderla. Así son las obras maestras: sencillas pero de innumerables lecturas. Para nada se refiere al sexo, todo está dirigido al idealismo del matrimonio y al papel que cada uno debe tener dentro del mismo. Trata el adulterio «civilizadamente», tan absurdamente que te hace olvidar el transfondo sexual que conlleva. Es un cuento de niños para adultos, pues eso mismo somos: niños grandes, y de ahí el éxito de la película.
Lubitsch deja bastante mal parada a la mujer. En su película retrata a su protagonista como una hermosa y rica tediosa, infeliz porque ya no sabe qué hacer de su ocioso tiempo, hasta que se encapricha de un «charlatán» que la engatusa con sus ideas «modernas». Ella misma reconoce que es un capricho por aburrimiento, lo que la convierte en un ser infantil o inmaduro. Pero me ha gustado ese perfil común en ellas: sigue fijando su mirada en su exmarido, y hasta siente celos de sus posibles parejas, algo habitual en las rupturas, al menos durante un tiempo. Quiere que su nueva pareja sea más atractiva e interesante que la de su ex.

Del mismo modo que se requiere de un cortejo bien trabajado para conquistarlas, se hace necesario invertir el proceso para mantener la relación con el ex. Ahora ya no es él quien suplica sus «favores» y compañía, sino ella, pues no sabía lo que tenía hasta que lo perdió (según la película). Ese juego no siempre acaba bien como en la película, pero retrata perfectamente una relación de hace ochenta años, donde cambia el lenguaje oral y estético. A pesar de su relativo «liberalismo» para la época, se puede considerar una película machista desde una perspectiva contemporánea.

En la película protagonizada por Mel Gibson la cosa va más allá, pues éste conoce el pensamiento de las mujeres por telepatía. Si en la de hace ochenta años debemos imaginar todo el transfondo erótico y sexual (salvo el beso en los labios típico), en la película de hace dos décadas la complejidad es impresionante: el lenguaje y las conductas van más allá de simples escenificaciones teatrales. Nada es «normal» desde la infancia del protagonista, pues la figura paterna son tiparracos que aparecen esporádicamente y en abundancia como novios de su madre. Desde el principio Mel Gibson, es decir, Nick se ve inmerso en un mundo machista, pero tolerado y hasta «deseado» por la mayoría de mujeres que lo rodean. Así que se trata de un machista típico criado en un ambiente típico machista, paradójicamente entre mujeres.

Lo primero que me llama la atención en el personaje que interpreta Mel Gibson es su amaneramiento. Si no fuese por que obviamente conquista sin descanso mujeres, cualquiera con vista diría que es homosexual. Eso significa que el perfil buscado por la mujer ha cambiado. Al «macho ibérico» sólo se busca para un revolcón y nada más. Ahora se busca para pareja permanente a alguien alto, educado, guapo, «sensible», simpático y que las hagan reir, vamos, una mezcla de payaso y metrosexual. Y eso parece Nick en la película que tratamos.


Otra cosa que me llama la atención son las numerosas ocasiones en que recalcan el hecho de que «las mujeres dominan el mundo». Bien, son las que «compran», y este mundo lo domina el Mercado, así que resulta obvio que quien compre domine. Otro factor importante es que son más numerosas en la especie humana. En cada país del mundo que supere los 30 millones de habitantes, hay al menos un millón de mujeres más que de hombres. Ocurre en Estados Unidos y ocurre en españa, por ejemplo. De modo que, matemáticamente, a los políticos los votan las mujeres. Mujeres votaron a Trump y mujeres votaron a Pedro Sánchez, por ejemplo. Y los hombres cuando se reúnen en las tertulias sobre política, siguen dando vueltas al asunto: «¿Quién ha votado a éste?».

Pensamos que el Sufragio Universal y la igualdad de sexos son cosas conseguidas a principios del siglo XX, pero si lo vemos correctamente, con objetividad, estos hechos importantes se consiguen en la práctica a partir del término de la Segunda Guerra Mundial. Tras la primera Guerra Mundial, las mujeres consiguieron muchos avances en tema de Igualdad, pero no les «interesaron» tantas igualdades, ante un clima bélico que no concluía del todo. Pieza a pieza fueron colocándose y equiparándose a los hombres, pero no «insistieron» hasta que dicho clima bélico finalizase. Eso ocurrió en Europa a partir de los años 50s y en Estados Unidos por los 70s, por eso en Europa están más «adelantados» en el tema del Feminismo que en América del Norte. Nunca antes de ahora los ministerios de Defensa de un país estuvo en manos de mujeres, pero vemos que Alemania, Francia y España, por ejemplo, están dirigidos dichos ministerios por ellas. ¿Por qué? Sencillamente porque no se preveen guerras ni a medio ni a largo plazo. En el ejército profesional español ya son un 12,8 % las mujeres registradas, algo nunca visto. Pero seamos sensatos y honestos, tras una declaración de guerra ¿seguirían estos altos cargos ocupando las mujeres, así como de soldados?

Y no se duda sobre la capacidad de la mujer en la guerra, más bien que son más listas y prefieren mandar a los hombres al frente de batalla. Eso lo vemos en la película de Mel Gibson muy claro, cuando deciden sustituirlo por una mujer. La mujer sabe comprar y vender mejor que el hombre, así que no hay mejor candidato para un puesto de ejecutivo creativo. Pero cuando hay que echar a media plantilla y poner cara de bruto, llaman a un hombre. A la media hora de película, cuando Nick escucha lo que piensan las mujeres, y la portera del edificio piensa en «su culito sexy», ya vimos el abismo entre el siglo XXI y los años 40s. ¿Es un intento por invertir los papeles? ¿Sucumbiremos bajo el yugo del Feminismo, ahora que les interesa a las mujeres «mandar»? Porque no se habla del piropo de la mujer hacia el hombre como algo «delictivo», sino solamente cuando lo dirige un hombre a una mujer. Creo que eso de igualdad no tiene nada.

Cuando Nick es consciente de su poder telepático comienza a conocer la psiquis femenina de forma particular, porque una cosa es la colectiva, más o menos predecible, aunque Jung nos contó ya de su complejidad en su día, y otra cosa muy distinta es lo que se piensa individualmente, la circunstancia y el momento particular de cada persona. Pero donde cada uno de nosotros vemos un «filón», es decir, conocer lo que piensan los demás, y sobre todo ellas, resulta que al bueno de Nick le molesta. En vez de explotar «económicamente» el don (del término «económico» freudiano), se estropea la historia como si dicho don fuese una maldición. Aquí el cuento de fantasía ya se convierte en una chorradita sin sentido. Pero será una psicóloga o psiquiatra precisamente la que le hace entender que su don cambiará para bien su vida.

Ahora llega el dilema para Nick: cuando quiere explotar su don telepático. Poco a poco, lo que hace es conectar con cada mujer y, sin esperarlo, con el colectivo femenino. Se está convirtiendo en un feminista, se identifica con sus formas de ser, les da lo que realmente esperan de un hombre, así que se está engañando a si mismo y a las mujeres. Curiosa paradoja. Cuando Nick le hace el amor a la camarera de la cafetería le da lo que pide, pero al mismo tiempo no se comporta como lo haría un hombre, así que la paradoja continúa. El juego sigue e incluso se plantea abiertamente la posibilidad de su homosexualidad por la camarera, ante tanta contradicción. Al fin, Nick recupera su estado natural, tras un estadio de ciencia ficción puro, pues sus poderes telepáticos cruzan la linea telefónica, pero termina perdiendo su poder y a la mujer deseada, que pugna por su puesto en la empresa y la despiden por su intromisión. En un alarde caballeresco, pone las cosas en su lugar y se dan el beso final, ese beso que nos hace pensar en que envejecerán juntos hasta que la muerte les separe, pero con un nuevo rol: ella será quien trabaje y él, desempleado, cuidará de la casa y de la familia. El mensaje está más que claro: ellas quieren el dominio, el papel de los hombres, y ellos se quieren sentir más sensibles y cederlo sin lucha, porque ellas lo merecen, no por sus aptitudes, sino por su condición de mujer.

Conclusiones
Si realmente las mujeres piensan igual o parecido a los hombres en tema de sexualidad, ¿por qué hay tantos desdichados y desamores? ¿porqué resulta insultante o vergonzoso sugerir unos minutos de sexo con alguien que nos gusta en el momento dado? Resulta que todo está condicionado. Sugerir unos minutos de sexo con una prostituta en su trabajo, obvio que no es ofensivo, pero a esa misma mujer le sugieres sexo cuando te la cruzas en un supermercado, y hasta eleva una denuncia por acoso. ¿Complicado, no? Lo mismo ocurre con ellas. Vamos, si se le ocurre a ella sugerirse a alguien que le guste, fijo que el hombre piensa que es su proceder habitual con todos y que es una puta, así que la tratará como tal, la «someterá» y la tomará como un ligue «provisional», cuando ella realmente busca en él una pareja permanente. Muy complicado.

Lo que está claro tras ver ambas películas es que en los años 30s/40s no se sabía nada en absoluto sobre las necesidades de la mujer ni de su lenguaje, que es distinto cuando hablan entre ellas que con los hombres. En la película del 2000 existe ya un abanico inacabable literario sobre la mujer y sus circunstancias, y creo que eso es muy positivo para la evolución humana. Pero también es cierto que mi estudio se basa en el Cine y no en la Literatura. En ésta, existen muy buenas descripciones sobre la psiquis femenina, incluso de hace 2000 años, casos de Ovidio y Petronio, por ejemplo. También en la Edad Media, y ya en tiempos más recientes, en los escritos románticos del siglo XVIII y XIX, aunque siempre exista un abismo entre lo que busca un hombre y lo buscado por una mujer.


En la novela de Sthendal «Rojo y Negro» encontraremos excelentes descripciones sobre la psiquis femenina, pero no se llega a la profundidad de la película «En qué piensan las mujeres». Y no llega por la sencilla razón de que en Occidente, el estado natural de los seres humanos era la guerra hasta 1945 (la Fría hasta 1988), y será a partir de esa fecha cuando ellas quieren ocupar los puestos de poder y de visibilidad pública porque se sienten seguras, se sienten superiores al hombre, y no se conformarán con obtener más privilegios, querrán el poder absoluto y que el hombre caiga más bajo que el papel histórico que tienen las mujeres. No es una novedad, lo hemos hecho así desde los albores de los tiempos, resultado de la condición humana, la de herirnos entre nosotros sin descanso. En el «nuevo adoctrinamiento», si alguien cae en la cuenta de que políticos, empresarios y dirigentes en general, ocupan puestos de responsabilidad por su condición y no por sus aptitudes, le llamarán misógino, machista, racista y la larga lista de términos despectivos que la Ley recoge. Alguien debería alzar algo la voz y establecer el equilibrio, un término medio aristotélico, uno justo y bien pactado para que las sociedades vivan tranquilas por una vez.
César Metonio


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