El 23 de abril de 1943 España le declaró la guerra a Inglaterra, motivada por los continuados hundimientos de buques mercantes con bandera neutral española, a saber: 12 mercantes en distintas zonas del Atlántico y 6 en aguas del Mediterráneo y no demasiado alejadas de las propias costas españolas. Esta declaración unilateral desencadenó un cúmulo de reacciones que varió todo el mapa bélico en el mundo, sobre todo en el primer mes, cuando comprobaron los aliados que España pasaba a la acción, teniendo que reorganizar lo planificado, ya que la mayoría de movimientos calculados de tropas resultaban ahora inapropiados.

El General Franco no pasó a esta decisión de la mañana a la noche, sino que previno dicha situación tan poco deseada, en vista de que los hundimientos de la flota mercante española no disminuían, sino que, por el  contrario, aumentaban. En su carta solamente incluyó los 18 hundimientos comprobados, los efectuados desde buques de guerra británicos o aliados a plena luz del día y donde quedaron testigos con vida, pero los “no comprobados”, superaba el centenar, efectuados desde submarinos, cuando demostrar la nacionalidad era ya mucho más difícil. En las últimas reuniones diplomáticas, los ingleses admitieron los 18 hundimientos, pero alegaron que se trataba de barcos espía o que llevaban suministros a las tropas del Eje. En Noviembre de 1943 Franco se entrevistó con Eisenhower y pactaron “no agresión” entre ambos países.

Franco calculó sus posibilidades y era consciente de su inferioridad, tanto posicional-estratégica como por su limitada potencia de fuego ante una posible invasión aliada, así que, antes de la declaración de hostilidad, preparó sus bazas durante los cuatro meses anteriores, situando a cerca de 2 millones de soldados en los lugares que solicitó para seguir su estrategia militar, recibiendo a su vez material de Alemania e Italia, que comenzaban a notar desgaste tanto humano como de moral en las tropas. El Generalísimo, a su vez, mantuvo conversaciones secretas con el presidente António de Oliveira Salazar, su homólogo portugués, y con el General Arturo Rawson de Argentina. En el mes de Diciembre de 1942, con nocturnidad, Franco desplazó a más de 150.000 soldados al protectorado marroquí, con la clara intención de formar un cuerpo de ejército de invasión.

 

Tras la declaración española, los primeros en mover ficha serían los japoneses, que serían fundamentales en el desarrollo de la guerra, pues obligaron a los dos colosos, rusos y norteamericanos, a mantener sus tropas en territorio propio. Cuando las costas canadienses avistaron la hilera de buques de guerra japoneses, que abarcaba más de 100 kms de extensión, con tres portaviones y cientos de buques de transporte de tropas, a los estadounidenses les entró el pánico, movilizando toda su fuerza hacia su costa del Pacífico. El resto de la flota japonesa, la cuarta parte del total de sus buques de guerra, escoltando a dos portaviones (uno de ellos dañado) y a los buques que transportaban a casi cien mil soldados, llegarían una semana después a las costas de Australia. En el continente asiático, Japón desplazó a otros 50.000 hombres para reforzar sus posiciones en China y una fuerza de 80.000 soldados penetraron en territorio soviético. El 27 de mayo de 1943 los japoneses invadieron sus primeros objetivos con éxito en todas las posiciones y abrieron cabezas de puente en varias playas estadounidenses.

Las tropas de Franco penetraron en Portugal para apoyar a su colega Oliveira Salazar. En una operación militar rápida y con tan sólo 5000 soldados desplegados en los puntos precisos, se posicionaron en Lisboa, Oporto y las ciudades portuarias importantes, confiscando la pequeña pero necesaria flota de la Armada Portuguesa para que Portugal formase parte del Eje. Se tomaron también los centros de poder, transportes y comunicaciones. El 4 de Mayo Portugal declaraba la guerra a los Aliados y Oliveira entrelazaba su mano a la de Franco en la posterior Reunión de Cáceres.

Franco pudo ser un político mejor o peor, pudo ser cruel con los suyos y arbitrario como un déspota, pero no se le puede negar su talento como estratega militar, algo que los Aliados no tuvieron en cuenta por sus naturalezas “supremacistas”. A la noche misma de la declaración de guerra, el generalísimo tomó Gibraltar, capturó la base militar con todo el material bélico consiguiente. Entre lo capturado se pudo contabilizar: 3 submarinos, 1 destructor, 4 buques de distintas funciones, 25 aparatos de vuelo, 4 defensas tierra-tierra y tierra-mar de gran calibre, toneladas de material militar y un total de 2352 militares encargados de bloquear el paso del Estrecho. El Estrecho de Gibraltar siguió bloqueado, pero se bloqueó a los Aliados, que comprobaron con terror que su Flota del Mediterráneo quedaba encerrada, sin puntos de repostaje ni huida más que rodear el planeta en dirección Este. Las baterías defensivas desplegadas en la costa marroquí, andaluza, más la confiscada a los ingleses, dejaba a los aliados pocas probabilidades de retomar el Estrecho.

Franco sabía que no disponía de Flota, y él sabía que los Aliados lo sabían. También que su potencia de fuego era mucho menor, pero tenía dos factores importantes y que bien jugado, podía resistir cualquier envite. Uno era la aviación. El Ejército del Aire no estaba muy nutrido en cuanto a aparatos, pues disponía de unos 500 entre cazas, bombarderos y de transporte, número muy inferior a cualquiera de los beligerantes por separado, pero tenía muy buenos cazas y más de dos mil pilotos bien entrenados, suficientes para resistir cualquier invasión. El otro factor era el humano: un ejército de más de dos millones de soldados, la mayoría veteranos y preparados tanto para la defensa de posiciones como para intentar invadir nuevas posiciones.

De hecho, a la mañana siguiente de la declaración de hostilidades, las tropas de élite de Franco, las más preparadas, cruzaron los Pirineos y tomaron la Francia Aliada al Eje, con todo el alto mando francés reunido en Vichy. Se detuvo a todos los cargos militares y políticos sin casi disparar un tiro, suponiendo para los 30.000 regulares y legionarios, un paseo por la Costa Azul. Todo el mundo recuerda la cara de sorpresa que todavía lucía Laval en las fotografías tras la toma de la ciudad el día 26 de abril. ¿Pourquoi? Repitió hasta la saciedad el líder francés. Se había conquistado media Francia sin apenas esfuerzo. Las fotos de Hitler y Mussolini a carcajada limpia dieron la vuelta al mundo. Aunque ni a uno ni al otro les hizo realmente gracia, pues en las conversaciones nadie habló sobre la Francia aliada y tenían que tragar con el hecho, pues Franco simplemente se adelantó en los acontecimientos futuros y al Eje no le convenía dar marcha atrás.

También en los siguientes días al 23 de abril, grandes ejércitos españoles se desplegaron por el norte de África en todas direcciones. El grueso se dirigió a Casablanca. Necesitaba defender la Costa Atlántica Africana y a su vez, crear una gran base de operaciones en las Canarias por si se creía conveniente dar el salto hacia las Américas, tal y como se observó en las conversaciones con el general Rawson, dispuesto a su vez a derrocar al Constitucional, hecho que ocurriría el 4 junio de 1943. Franco también planeó un gran esfuerzo, con más de cien mil hombres desplegados, por el entonces Protectorado Francés y reconstruyó el maltrecho Afrika Korps alemán, con una estrategia completamente distinta y que hizo retroceder y rendir a los aliados: desplegó numerosos buques de abastecimiento cerca de la costa, y con apoyo de la aviación, rindió tropas y bases aliadas una a una hasta El cairo.

Italia recuperó la moral perdida y comenzó a mostrarse más participativa. La amenaza aliada menguaba, deteniendo sus operaciones invasoras tras el bloqueo gibraltareño, y Mussolini cambió sus aires de grandeza para mostrarse ahora más práctico. Se convenció definitivamente de que lo más importante era ganar la guerra, así que sus planes de grandeza los aparcó para convertirse en “constructor y logístico”. Sería el proveedor de todo material bélico para sus aliados del Eje. Mejoró las patentes italianas y copió diseños válidos de sus socios, creando buenos buques, tanques y aviones en un tiempo récord. También aprovechó para consolidarse en Libia, atreviéndose a penetrar hacia el Sur para arrebatar colonias a los ingleses.

Los grandes ejércitos aliados vieron un giro total a sus aspiraciones con la entrada de España en la guerra. El despliegue de fuerzas que se dirigía a la invasión de Italia y al mantenimiento de lo conquistado en el Norte de África, se veían ahora en peligro, incomunicados, encerrados y sin saber qué hacer. Decenas de miles de norteamericanos, ingleses, griegos y balcánicos se entregaban sin resistencia por falta de órdenes ni de bases operativas a las que dirigirse. Mientras tanto, Alemania consolidaba su poder en Centroeuropa. Las maniobras de japoneses y españoles le dieron tiempo a organizar su poderoso ejército y a disponerlo de manera más ventajosa. Trazó un plan definitivo para la invasión del Reino Unido. El 7 de junio un fabuloso ejército de 500.000 hombres invadía el Norte de Inglaterra, a la misma hora en que una coalición de españoles, italianos y portugueses invadía por el Sur, formada por más de 600.000 soldados. Londres fue tomada el 12 de junio. El día anterior Escocia e Irlanda se escindieron del Reino Unido y solicitaron el ingreso en la coalición católica formada por los tres invasores del sur.

El 15 de junio amaneció de forma inesperada para los estadounidenses: cuando peor se encontraban las tropas invasoras niponas, un ejército de 80.000 soldados mexicanos ocupaba Texas y Nuevo México, declarando “territorio recuperado” en las actas oficiales firmadas en el Congreso por el Comandante Manuel Ávila Camacho, hombre que mantenía conversaciones secretas con los infiltrados de Franco y que se hacían pasar por republicanos exiliados en México. Pasaba así México de aliado de los Estados Unidos a ser su enemigo más peligroso por proximidad. Del mismo modo cortó Brasil sus lazos con los Aliados nada más comprobar el movimiento de tropas argentinas por su frontera. De ese modo, el país andino pasó a ser también un proveedor muy valioso para los socios del Eje, sobre todo por sus grandes producciones de carne y productos de primera necesidad, muy esperados en Europa.

Rusia se encontró de pronto con más problemas que cualquiera de los países en guerra. La población se vio asediada por tres frentes, a la vez que ocupaban todo el territorio a marchas forzadas, dos de ellos desde el exterior: Japón al este y Alemania por el oeste y el sur, y uno todavía más terrorífico que ambos, que no era otro que su propio presidente Stalin, un asesino de masas que contaba los fusilamientos ya por centenares de miles. La situación se volvió insostenible y la mayoría de soldados optó por desertar, única vía aceptable ante la amenaza constante de los comisarios políticos y de sus sangrientas resoluciones. Moscú cayó el 29 de junio y Stalin apareció una mañana colgado por los pies en un suburbio moscovita.

Los Aliados que pudieron huir a Estados Unidos se encontraron con una situación ya insalvable para ellos y las “democracias libres”. Toda la costa del Pacífico y gran parte del sur había sido conquistada por las fuerzas del Eje y se temía una gran conjunción de ejércitos para la invasión del resto de estados de la Unión que todavía luchaban.  También Australia se había rendido, descuidados por mandar casi todo su ejército a miles de kms de distancia y encontrarse desprotegidos y desorganizados. Era una situación agónica y desesperada cuya única solución pasaba por la negociación, de una paz a costa de concesiones o de una rendición incondicional para salvar las vidas de millones de personas. Hasta los planes de la construcción de una bomba atómica se habían truncado a causa de la invasión mexicana. Hitler aprobó dicha reunión, pero no fue más que una treta para ganar tiempo, pues en paralelo se reunió con sus socios para planear su entrada triunfal por las calles de Nueva York.

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